Hay momentos en la historia personal de un político que no se escriben con discursos, ni con slogans, ni siquiera con votos. Se escriben en los silencios compartidos con la gente, en los apretones de mano sinceros, en el arte de estar —no de figurar. Guillermo “Memo” Romero Rodríguez está transitando uno de esos momentos. Y no es un regreso cualquiera. Es el retorno de un hombre que entendió que el tiempo no se le gana, se le honra.
En Mazatlán, Sinaloa, entre las máscaras, los ritmos y el bullicio del carnaval, no apareció un candidato, sino una presencia. Sin alarde, sin aspavientos. Solo alguien que volvió al origen, al contacto humano, a la mirada de quienes aún creen que la política es una herramienta de servicio y no un teatro de vanidades. Mientras algunos se alejaban, Memo llegaba. Y eso, en la política actual, lo dice todo.
No hay en esto improvisación. Hay aprendizaje. Hay memoria. Y hay estrategia, sí, pero no de la que se trama entre cuatro paredes, sino la que se teje caminando las calles, escuchando quejas y abrazando esperanzas. Memo no regresa porque el escenario lo pide, sino porque su experiencia lo llama. Porque entendió que el poder más grande de un político no está en el cargo, sino en la conexión.
Y es que la política verdadera no debería consistir en vencer al adversario, sino en encontrarse con el pueblo. En reconciliar, en construir puentes, como lo ha hecho al mostrarse cercano incluso a quienes, en otro tiempo, pudieron ser considerados rivales. Esa es una señal inequívoca de madurez: cuando se deja de pensar en ganar batallas para empezar a construir futuros.
En tiempos donde reina el desencanto, donde la ciudadanía desconfía de los discursos y se aferra a los gestos, la sola presencia de Memo Romero en el lugar y momento adecuados nos recuerda que aún hay caminos distintos. Caminos donde la política vuelve a su esencia: el encuentro humano.
Guillermo Romero no solo ha vuelto a la escena. Ha vuelto con una nueva lectura, con un nuevo lenguaje: el de la cercanía, la escucha, la coherencia. Y en ese lenguaje, quizás, esté escrita la esperanza de una política que nos vuelva a pertenecer.
GOTITAS DE AGUA:
Porque cuando el tiempo madura al hombre, la política deja de ser una contienda de egos y se convierte en un acto de conciencia.
Florece no solo en las urnas, sino en los corazones que vuelven a confiar. Florece en el gesto humilde, en el oído atento, en el paso firme que camina al lado y no por delante. Florece en la comprensión de que servir no es mandar, sino acompañar. Florece cuando el político entiende que su voz no vale más que la de quienes lo escuchan. Florece cuando la ambición cede su lugar a la visión compartida. Florece cuando el poder no se ejerce desde el pedestal, sino desde la tierra misma. Porque solo cuando el hombre se transforma desde adentro, la política puede transformarlo todo. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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