El Hospital General nuevo… ya viene con humo incluido. ¡Qué maravilla de la eficiencia sinaloense! Un hospital nuevecito, de esos que se cortan listones con fanfarrias, pero que a los pocos meses ya incluye espectáculo de humo y de evacuación. ¿Y qué dice el flamante secretario de Salud, Cuitláhuac González Galindo? Afortunadamente no hubo heridos. Ah bueno, entonces todo bien, ¿Qué no? Ya nada más falta que agradezcamos que el incendio fue tempranito, y no en horario estelar. Porque al parecer en Sinaloa, la infraestructura pública viene con efectos especiales de fábrica. Se inaugura con aplausos, se incendia con discreción, y se repara con seguros. Así es la 4T versión estatal: hospitales que curan, hasta que queman. Lo decimos literalmente. El incendio, según lo reportó el propio secretario, fue por una subestación eléctrica en el segundo y tercer piso. Qué ironía: la misma electricidad que debía de mantener con vida a los pacientes terminó poniendo en riesgo a 90 de ellos. Pero claro, “La respuesta fue por demás que inmediata”, dice el parte oficial. Como siempre: lo importante no es que todo esté mal planeado, lo importante es que reaccionemos bien cuando todo explota. Y para rematar, lo dicen con orgullo: “El hospital cuenta con seguro de mantenimiento”. ¡Vaya consuelo! Como si el punto fuera cobrarle a la aseguradora y no preguntarse por qué demonios un hospital nuevo ya arde en llamas. Porque aquí no hay culpables, ni fallas estructurales, ni constructoras con prisa. Solo humo, excusas y declaraciones. Esto es lo que pasa cuando se gobierna con calendario electoral y no con supervisión técnica. Cuando importa más cortar el listón, que asegurar que el edificio no termine evacuando pacientes antes que atendiendo enfermos. Así que, aplausos a la política hospitalaria de Sinaloa: moderna, reluciente, y tan funcional como una parrilla eléctrica en medio de quirófanos. Pero que no cunda el pánico, si arde el hospital, al menos tiene seguro. Porque la salud pública ya no se mide en camas, doctores o medicamentos, se mide en tiempo de respuesta al incendio…
¡Qué elegancia para el desprecio, la de María Inés Pérez Corral! La titular de SEBIDES se ha convertido en la poeta del eufemismo institucional. Dijo que las personas “van y vienen”, refiriéndose al desplazamiento forzado por la violencia. Así, como si habláramos de un viajecito a Mazatlán, no del infierno de abandonar tu casa entre ráfagas y miedo. Porque claro, para este gobierno, el desarraigo no es más que un trámite menor. Uno se va de su comunidad por “ajustes logísticos de seguridad”, y regresa cuando el narco decida que ya es hora. ¿Qué tanto es tantito? Total, tu casa, tus recuerdos, tu ganado, tu milpa, tu dignidad, todo eso es fácilmente reemplazable con una cobija y un catre. Más de 1,250 familias han huido desde septiembre, y la respuesta institucional es un catálogo de artículos de emergencia, no un plan de justicia. El gobierno entrega catres como quien entrega esperanzas: baratas, provisionales y sin compromiso. Eso sí, en los boletines oficiales se presume cuántos frijoles se repartieron, pero no se menciona ni por asomo un programa para recuperar territorios ni mucho menos para garantizar el retorno. ¿Reparación del daño? ¿Restitución del territorio? ¿Prevención estructural? No, eso suena muy complicado. Mejor seguir con la estrategia estrella: la negación. Porque aquí no hay desplazamientos nuevos -según los datos que nadie se atreve a contrastar-. Lo que hay es gente con muchas ganas de “irse a pasear” por meses, huyendo de balaceras, pero por voluntad propia, faltaba más. Mientras tanto, la violencia no desaparece: muta, se concentra, y se profundiza. Pero el gobierno tiene otras prioridades: salir bien en la foto, anunciar decomisos y decir que “la estrategia está funcionando”. Funcionando, sí, pero solo para los que ya se fueron, para los que mandan, y para los que nunca vivieron en esas comunidades. En realidad, la gente sí va y viene. Pero no por elección, sino porque vive en un estado donde el único plan de regreso es cruzar los dedos. Porque nadie les garantiza que el silencio de las armas sea duradero, ni que el abandono institucional no vuelva a repetirse. Sinaloa presume gobernabilidad mientras su gente carga con el miedo a cuestas y el recuerdo de un hogar que quizá nunca más recuperen. Eso sí, María Inés ya lo explicó todo: “van y vienen”. Qué alivio, ¿no?
“Una muerte más que lamentamos”, y otra frase más para el museo del cinismo. Qué conmovedora frialdad la del flamante secretario general de Gobierno de Sinaloa, Feliciano Castro Meléndrez. Dijo, sin despeinarse una ceja: “Una muerte más que lamentamos”. Como si hablara del clima nublado o del Mazatlán FC perdiendo otro partido. Porque claro, en el gobierno Rochista todo es parte del protocolo: matan policías, se activa el modo lamento institucional, convocan a “mesa de seguridad” (también conocida como el club del PowerPoint) y emiten la consabida orden celestial: “reforzar estrategias”. Traducción: mover un par de patrullas, posar para la foto y esperar la siguiente ejecución. 30 policías asesinados, pero eso sí, ni una coma cambia del guión. Como si el manual oficial dijera: lamentar públicamente, prometer que ahora sí, no hacer absolutamente nada, repetirlo de nueva cuenta. Mientras el gobierno se especializa en dar pésames automáticos, los criminales siguen con la agenda llena y sin contratiempos. Jorge Ernesto, un joven policía de 24 años, lo mataron fuera de servicio, en su carro, y la respuesta fue… lo adivinaste: “reforzar operativos”. Otra vez, siempre está por venir “el gran operativo” que cambiará las cosas, el que hará temblar a los delincuentes. Pero no llega nunca. Eterna promesa fantasma del gobierno estatal inepto, como el tren que va a Badiraguato o el uso eficiente de la inteligencia policial. Lo más trágico es que ya no gobiernan, administran la tragedia. Administran el horror con lenguaje técnico, administran la impotencia con comunicados, administran la violencia como si fuera tráfico: con alertas y con desvíos, pero nunca con soluciones. La seguridad pública se volvió un simulacro en donde las únicas víctimas reales son los ciudadanos y los policías, mientras los burócratas de alto nivel, viven blindados de cinismo. Tal vez, algún día, cuando se les acaben los comunicados reciclados, descubran que para frenar la violencia hace falta algo más que lamentar. Hace falta vergüenza, inteligencia, y un poquito, de voluntad. Aunque, viendo cómo va el script, pedir eso en Sinaloa parece más difícil que desmantelar un narco-laboratorio en plena campaña electoral…
Sin Redundar y diciendo las cosas tal y como son. Suyos los comentarios estimados lectores…
Facebook: Carlos Avendaño Twitter: @Carlosravendano http://www.carlosavendano.com.mx
hectormunoz.com.mx - lagaceta.me - entreveredas.com.mx - rrcagenciainfomativa.com – nexusmedia.com – entreredes.com.mx