Un pueblo en llamas y una alcaldesa lanzando fuegos artificiales…

En un acto de magia administrativa digno de una novela de realismo mágico, la alcaldesa del municipio de “Tierra Santa”, Salvador Alvarado, Lupita de Camacho, nos regaló un número espectacular que ya quisiera Pitágoras. Con la facilidad de quien cuenta estrellas en el cielo, decretó que el desfile de carnaval del pasado domingo reunió a más de 90 mil asistentes. Un detalle no menor: el municipio entero tiene poco más de 80 mil habitantes, según el INEGI. O bien, Salvador Alvarado se convirtió de la noche a la mañana en un epicentro turístico global, o los muertos resucitaron para disfrutar de la fiesta. ¿Ustedes le creen?

Aquí no estamos ante una simple exageración, sino frente a una muestra burda de la desconexión total entre el discurso oficial y la realidad. Mientras la alcaldesa se regodea en cifras sacadas de un sombrero mágico, el municipio se hunde en una crisis de inseguridad y estancamiento económico. La juventud huye en busca de oportunidades, el miedo se impone en las calles y los negocios formales e informales cierran sus puertas ante la asfixia del crimen organizado, o bien, se aguantan y cumplen las reglas que la delincuencia organizada les dicte. Pero claro, todo esto desaparece con una buena dosis de “espejitos y serpentinas”.

Porque si algo caracteriza a este gobierno aldeano, es la habilidad para disfrazar la desgracia con fuegos artificiales. El carnaval se ha convertido en la céntrica distracción de una administración que gobierna con discursos ridículos, declaraciones absurdas y una incapacidad que roza lo criminal. No hay crecimiento, no hay inversión, no hay seguridad; lo que sí hay es un gabinete de compadres y amigos que han convertido la administración en un “club privado” donde la lealtad pesa más que la competencia.

Mientras los ciudadanos viven con miedo y desesperanza, Lupita de Camacho y su esposo, el exalcalde Armando Camacho Aguilar, disfrutan de los beneficios del poder, como si Salvador Alvarado fuera su empresa familiar. Y en medio de este teatro de la desfachatez, la alcaldesa sigue lanzando cohetes al aire, vendiendo proyectos ficticios y apostando por el olvido colectivo. El carnaval no es más que un placebo temporal, un anestésico que maquilla la putrefacción de un municipio abandonado a su suerte.

GOTITAS DE AGUA:

Pero que no nos engañen las luces ni la música: la realidad sigue ahí, latente, esperando el día en que los ciudadanos decidan que ya es suficiente. Porque en Salvador Alvarado no solo se juega con la paciencia de la gente, sino con su dignidad. La impunidad se pasea por las calles como un rey sin corona, mientras los gobernantes se revuelcan en sus privilegios, aferrados al poder con las garras de la corrupción. Se burlan de la inteligencia del pueblo, apostando a su olvido y resignación, creyendo que una fiesta de carnaval puede acallar el hambre, la violencia y la desesperación. Pero el hartazgo tiene un límite, y cuando ese día llegue, ni los cohetes ni los disfraces podrán ocultar el colapso de un gobierno cimentado en la mentira y el oportunismo. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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