Este año la celebración del Día de Muertos en la capital del país está dedicada a las personas migrantes que en su tránsito han perdido la vida o se han quedado para enriquecer los lugares que los han acogido.
Ciudad de México se respira distinto. Es fin de semana y el caos parece condensarse solo en su centro. La capital mexicana celebra a sus muertos, lo hace por adelantado, una semana antes del 2 de noviembre.
El bullicio es de la dimensión del cielo plomizo que traerá una lluvia inminente que mojará los rostros que este día emulan a la muerte. Un millón y medio de personas celebran el adiós a la vida en un desfile por el Día de Muertos, que se popularizó a nivel mundial, en buena parte, por la películas 'Spectre' de la saga del agente 007, James Bond, en 2015, y 'Coco', ganadora del premio Óscar a la mejor película de animación este año. Kotone, de Japón, por ejemplo, usa a 'Coco' como referente para la fiesta que la hace estar en México.
Diego, un niño del Estado de México, disfruta de tantas personas maquilladas como catrinas –una calavera popularizada por el grabador mexicano José Guadalupe Posada y bautizada así por el célebre muralista Diego Rivera–, "representando la cultura y diversidad de México", lo dice con una claridad que resuena en la Plaza de la Constitución, la plaza pública más emblemática del país, y donde la noche del pasado 27 de octubre la paciencia, pero también la desesperación, nos recordó que estamos demasiado vivos.
También las rechiflas a los policías, los trabajadores de limpieza o cualquier persona que tuviera el mal tino de caminar sobre la zona reservada para el desfile que saldría del monumento 'Estela de Luz' con rumbo al Zócalo, la popular forma de llamar a la Plaza de la Constitución, y cuya espera agotó a los asistentes antes siquiera de ver el primer carro alegórico.
Entonces todo es una gran muralla de gente, un bloque que camina, que busca un espacio y espera. "Ay, mamá mejor no hubiera venido", gruñe un niño cargado en hombros por su padre. Varios adultos quisieran decir lo mismo, pero bastan sus rostros para saber que la espera los ha extenuado. Ernestina, en cambio, parece guardar toda la energía en una sentencia: "Es una forma de hacer más fuerte la cultura, de hacer valer nuestras raíces y costumbres como mexicanos", expresa la mujer habitante de la alcaldía de Azcapotzalco sobre sus motivos para asistir.
Tras varias pequeñas lluvias y un largo tiempo, una especie de zumbido comienza a levantarse, del mismo modo que detrás de la gran valla humana se alza el humo del incienso y el copal con el que bailan danzantes ataviados como en la época prehispánica a un costado del Templo Mayor, donde se cree se fundó la Gran Tenochtitlán.
Con las caras alzadas y un brillo de entusiasmo en los ojos, los asistentes al desfile, al fin, ven pasar los carros alegóricos, las mojigangas, las marionetas y las catrinas gigantes que evocan las almas de todos aquellos que han migrado, en particular a Ciudad de México. El primer carro, justamente, alude a la fundación de Tenochtitlán, a la cavidad del pasado prehispánico y al origen de los grandes desplazamientos migratorios en el Valle de México. Arcos, colibríes y la marcha de los primeros hombres y mujeres llegados de Aztlán, escenifican la mítica migración azteca.
Las múltiples migraciones hacia Ciudad de México, sobre todo en los últimos 70 años, la han convertido en un espacio de acogida para migrantes libaneses, rusos, españoles, franceses, italianos y alemanes, y posteriormente, a perseguidos por las dictaduras de los años setenta en Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay.
Son los que llegaron para quedarse; un segmento del desfile remite a ellos. Ahí está la llegada de exploradores europeos al continente americano, las raíces afrodescendientes, la irrupción de la cultura del lejano Oriente, pero también las ballenas y tortugas que cada año llegan a las costas de México.
'La Vida es un Viaje'. Es el emblema para festejar este año a los muertos, sobre todo a aquellas personas migrantes que en su tránsito hacia otras tierras han perdido la vida. El motivo no podría estar mejor sincronizado, en un momento en que México se ha convertido en territorio de tránsito para miles de migrantes centroamericanos que han mirado al norte en búsqueda de una mejor vida.
La vida es un viaje y por eso hay quien llega de otros países para ser parte de la fiesta a la muerte. Un par de mujeres de Filipinas pararon en Ciudad de México antes de su destino final, en Cancún, pintaron sus rostros como catrinas y de pronto son el centro de las miradas, la gente quiere tomarse fotos con ellas; lo mismo ocurre con una pareja proveniente de la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, quienes solo están en México para festejar el Día de Muertos y visitar las pirámides. "Es increíble que la gente se quiera tomar fotos con nosotros", alcanzan a decir antes de que alguien más les solicite hacerse una foto a su lado.
El Día de Muertos en México representa actualmente la tradición más representativa de la cultura mexicana; nacida durante el periodo virreinal, combina los elementos de la celebración del día de Todos Los Santos de la religión católica y las creencias prehispánicas sobre la muerte y la práctica de ofrendar.
"Es una bella tradición, nos gusta mucho la cultura mexicana y nos gustó hacer este homenaje a los mexicanos", refieren dos mujeres brasileñas con rostros pintados que se encuentran en México debido a un congreso.
La fiesta del Día de Muertos en México fue reconocida por la UNESCO en 2008, al ser inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad; su celebración marca también el final del ciclo anual del maíz.
"Todos me dicen el negro, llorona/Negro pero cariñoso/Todos me dicen el negro, llorona/Negro pero cariñoso", se escucha 'La llorona', una tradicional canción mexicana, la negrura de la noche comienza a caer y la gente a dispersarse tras cuatro horas de carros alegóricos, marionetas y catrinas gigantes, baile y música.
Al centro de todo quedan las luces de la Gran Ofrenda en el Zócalo de Ciudad de México con sus senderos para llegar al Mictlán, el inframundo de la mitología mexica, como una analogía de la odisea de los migrantes, representados por cinco catrinas: un joven latinoamericano, una indígena, un asiático, un judío y un republicano español.
Al centro de la noche brillan los cuatro arcos de la Gran Ofrenda orientados a los puntos cardinales. Al norte, la región de los muertos. Al sur, el paraíso de Tláloc, el dios azteca de la lluvia. Al oriente, el lugar de los guerreros que acompañan al Sol desde su nacimiento hasta su ocaso. Al poniente, el lugar de las mujeres muertas en el parto que acompañan al Sol mientras duerme. Y aquí, cada quien transita su sendero.