Muchos docentes han aprendido a generar su propio contenido en video para poder adaptar el temario a sus alumnos durante el confinamiento
Hoy toca Matemáticas, números primos y compuestos. Nieto, sobrino e hijo de profesores, a sus 31 años, José Daniel Vázquez, maestro de alumnos de cuarto de Primaria (entre nueve y 10 años) del Colegio Nuestra Señora Del Carmen, ubicado en el municipio madrileño de Móstoles, nunca creyó que tendría que adaptar tan rápido a los nuevos tiempos el método de enseñanza tradicional con el que ha impartido clase toda su familia. Porque lo que se dispone a hacer ahora dista bastante de una sesión al uso. En vez de alumnos, lo que encuentra frente a sus ojos son las sillas del comedor de su casa; en vez de pizarra, se tiene que apañar con un folio y un bolígrafo; y, sobre todo, en vez de una clase, va a grabarse en video, algo que hace apenas un par de meses ni se le hubiese pasado por la cabeza.
Al igual que a muchos docentes, el cierre de los colegios, institutos y universidades decretado por el Gobierno para evitar la expansión del coronavirus le obligó a replantearse su trabajo casi desde los cimientos para tratar de responder la pregunta que mantiene en vilo a toda la comunidad educativa desde entonces: ¿cómo proteger a los alumnos de la enfermedad sin perjudicar su aprendizaje? Encontró algo parecido a una respuesta más cerca de lo que pensaba. Concretamente, a un par de clicks de distancia.
“Cuando nos dieron la noticia de que a partir de ahora íbamos a dar clases virtuales, lo primero que pensé fue que tenía que inventar nuevas formas de llegar a mis chavales”, dice Vázquez. Y así lo ha hecho, aunque no ha estado solo. En sus videos intervienen dos personajes que, a partir de ahora, sus alumnos olvidarán difícilmente: Albert Einstein le asiste las clases de Matemáticas, y Francisco de Quevedo hace lo propio en las de Lengua y Literatura.
Para ello, este docente tuvo que arreglar un par de pelucas que tenía por casa, adquirir una bata, alterar unas gafas para hacerlas semejantes a los archiconocidos quevedos del insigne poeta y convertir un cepillo en el característico bigote del inventor de la Teoría de la Relatividad.
Una vez disfrazado, toma su móvil y se empieza a grabar, siempre con cuidado de dejar espacio para añadir después gráficas y fotos a la imagen y con la atención puesta en no salirse del personaje. Después, con la ayuda de los tutoriales que hay por Internet, edita él mismo sus videos. Todo, con tal de conseguir el bien más preciado para cualquier profesor: que su alumnado no quite los ojos de la explicación. “Yo soy de los que piensa que la atención no se pide, sino que se gana. Además de disfrazarme, propongo retos, adivinanzas y acertijos, y creo que el objetivo se consigue”, apunta.
Vázquez no es el único que ha recurrido a estos métodos. Cuenta, en primer lugar, con el respaldo del equipo directivo de su colegio, y en segundo lugar, con compañeros que, al igual que él, han visto en este confinamiento una oportunidad para desarrollar su vena artística. Sin ir más lejos, en este mismo centro, Jonathan Holgado, un experto en robótica de 32 años que da clases de Ciencias a chicos de entre seis y siete años, graba también videos con efectos que suelen dejar pegados a la pantalla a sus jóvenes pupilos. En su caso, se añade además la dificultad de que no le conocen en persona. “Como antes de la cuarentena estaba de baja, mis estudiantes no habían estado nunca en clase conmigo, y nos hemos tenido que ir acoplando virtualmente”, cuenta. Holgado es tutor de segundo de Primaria y su máxima preocupación durante este tiempo ha sido que el ánimo de sus estudiantes no decaiga durante esta crisis.
Para ello, Holgado ha abierto un blog donde va colgando videos, cartas y deberes para que los estudiantes puedan seguir sus clases. “Hemos tenido que aprender muy rápido todo tipo de herramientas que nos permitan estar lo más cerca de los alumnos posible”, dice. Para ello, cambió toda una habitación de su casa y la convirtió en un estudio de grabación que poco tiene que envidiar al del youtuber más exitoso. Desde allí, crea toda la magia. Ahora, le sucede lo que a cualquier creador de contenido con cierta fama: ha creado expectativas entre sus fans, que le piden cada vez más. Él se muestra encantado de aligerar durante un rato la carga de los padres: “Las familias nos lo han agradecido mucho porque tratamos de que los niños sean lo más autónomos posibles y puedan evadirse aprendiendo mientras juegan”.
Pero la innovación educativa no es una cosa exclusiva de los más pequeños, pues hay quien se atreve también con el público más exigente en cuestión de entretenimiento en video: los adolescentes. En el colegio Internacional School of Madrid, el profesor David Mc Clement, de 37 años, enseña Biología a niños entre 14 y 16 años. “Cuando nos enteramos del cambio que íbamos a tener, entré unos segundos en pánico. Mis clases son muy prácticas y no sabía si iba a poder hacer todo a lo que estábamos acostumbrados”, confiesa Mc Clement mientras termina de preparar el ejercicio del día, que consiste en separar fragmentos de ADN según su tamaño. Se trata de un experimento que en clase hubiera sido totalmente práctico pero que han tenido que adaptar a la realidad virtual a través de la web de Cambridge international. “Usamos la herramienta de Google Class Room, que intenta simular todo lo que tendría que tener una clase normal. Ahí les dejo materia de estudio, deberes y recordatorios de que pueden hablar conmigo sobre cómo se sienten cuando lo necesiten”, explica el profesor. /El País.