Opinion

El demonio blanco, segunda parte…

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Por Benjamín Bojórquez Olea 06 Noviembre 2023

Sobre el camino

Ruego al lector permita expresar en la primera parte de esta entrega, el autor comentó el gran parecido que hay entre la novela Moby Dick con las relaciones con nuestros familiares, sobre todo de aquellas donde hubo heridas profundas que no sanaron ni con el tiempo, de ahí que insistió en que se debe aprender a construir acuerdos para aprender ser compañeros de viaje. 

Las discordancias se hallan a nuestro alrededor. Si no existen, entonces es muy fácil discernir lo que sucede. No se tiene vida y se vive aislado de cualquier tipo de contacto humano. 

La manera de abordar los desencuentros es lo que hace la diferencia. Cuando el camino nos presenta una discrepancia, tenemos la oportunidad de decidir que la ocasión se convierta en una oportunidad de aprendizaje y crecimiento. 

Si encauzamos el proceso de manera correcta, es posible salir fortalecidos de cualquier disputa. 

Una actitud positiva nos permitirá abordar con apertura la problemática. Nos impulsará a conocernos más a nosotros mismos. 

Y nos ayudará a descubrir puntos de vista alternos y divergentes. 

Debemos educar nuestra mente. Hay que aprender a soltar. Es infructuoso, imposible, tener control de todo. Menos aún de las opiniones ajenas. Un río sigue su cauce sin esfuerzo. Su propia esencia lo hace fluir y lo lleva a desembocar en el océano. Y aprender a fluir es esencial en la vida, valga la redundancia. Comprender que nadie tiene la verdad absoluta y que cada opinión o juicio personal emitido lleva incluidas las propias experiencias y emociones es inherente a un verdadero y real proceso de crecimiento. Asimilar nuestras diferencias y gestionar nuestros conflictos forman parte del desarrollo del ser. 

Tener la capacidad de analizar, de hacerse cargo de sus propias culpas, responsabilidades y, en su caso, de no ahogarse en los errores ajenos, debe volverse parte de nuestra evolución. Construir relaciones sanas es entender que lidiamos juntos contra los problemas. No pelear por definir quién gana o quién impone "su propia razón o verdad" a los demás. Debemos procurar tener muy bien ubicado a nuestro ego, que es el que nos juega las peores pasadas. 

Es trascendental, para una sana existencia, comprender y asumir que, al final, la causa de nuestra infelicidad la encontraremos mirándonos al espejo. Ignorar nuestras heridas y no trabajarlas, solo nos conducirá a un laberinto de desesperanza y frustración vivencial. Seremos participantes en la carrera de la rata. La soberbia nos puede hacer pensar que le ganaremos a las Leyes del Universo. 

Nuestro "demonio blanco" no tiene prisa. Si lo repudiamos, nos esperará pacientemente a las puertas de nuestro propio infierno. 

Ahab siempre miró a Moby Dick como la causa de todas sus frustraciones, enojos, desventuras, dolor e infelicidad. Lo culpaba de la pérdida de su pierna y solo era un cachalote existiendo, viviendo en paz. Al cetáceo lo obligaron a luchar por su vida. Era el propio Ahab quien quería asesinar a la ballena blanca para llevarla como trofeo. 

La pérdida de su pierna fue consecuencia de sus propias acciones. Jamás quiso asumir su responsabilidad y respiraba por la herida.

GOTITAS DE AGUA: 

¿Cuánto dolor no trabajado llevaba a cuestas el comandante del Pequod? Tan grande era ese dolor que hundió a su propio navío en una inmisericorde y brutal persecución, carente de toda sensatez. 

¿Qué tan pesada era el ancla de su tristeza y desasosiego que, a pesar de su gran experiencia marítima, su ofuscada estrategia condujo a su equipo a un estrepitoso fracaso? 

No quiso mirarse al espejo de su realidad. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…