Que no se te vaya a ocurrir decirle al que te está acosando en la fila que se haga para atrás. Así se esfuma las conductas populistas, los extremos laceran y orientan bajo conductas permitidas por gobiernos demagógicos y magnánimos. El mundo se encuentra vulnerable y con un miedo tras enfrentarse a una nueva pandemia que me traslada a 1918 cuando se dio la inolvidable “gripe española”, generando caos e impotencia de miles de personas regadas por las calles. Pues bien, Donald Trump negó la pandemia hasta que la tuvo encima: Estados Unidos ya superó a China, Italia y España en infectados por el coronavirus. El Gobernador del estado de Nueva York y el alcalde de la ciudad, se enfrentaron al presidente hasta que el virus los llevó a todos por delante: cuentan ya más de 2500 muertos. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, moderó en parte su discurso que pretendía hacer de México un territorio inexpugnable para el Covid-19: ya no abraza a sus seguidores, pero saluda con ternura a la madre del Chapo Guzmán, el narcotraficante del cartel de Sinaloa encarcelado en Estados Unidos. Jair Bolsonaro llegó a decir que “el brasileño no se contagia”, y ya contabiliza más de 4.200 infectados y 130 muertos, evidentemente gente equivocada. En Venezuela, 113 casos y dos muertos, la gente enfrenta la cuarentena sin dinero y sin alimentos; Nicolás Maduro, que acaso siga en diálogo con los pajaritos, apañó el sábado a “Fuerza Bolivariana – FB”, una especie de Triple A argentina, destinada por ahora solo a enchastrar las casas de los opositores con pintadas que prometen la muerte. El populismo, no importa su signo, encarna el arquetipo del soldado patriótico porque le da resultados estupendos. No importa que muera gente: quienes sobreviven, abrazan la causa con pasmosa sencillez. Al modelo populista que culpa de cualquier crisis a poderosos enemigos externos, unidos siempre a implacables traidores internos que hacen necesaria la acción de un líder, ahora se le suma la fuerza irrefrenable de un virus endiablado y por ahora sin remedio. La catástrofe económica que derivará de la pandemia cuando termine, porque habrá de terminar, es una mesa tendida para que el populismo emplee a fondo su receta. Es explosiva, pero no se aplicará por primera vez. Solo que por primera vez está en manos de líderes tan elementales y absurdos. Tanto, que evocan las palabras que Gabriel García Márquez puso en boca de la madre de aquel dictador otoñal: “Si yo hubiera sabido que mi hijo iba a ser presidente de la república, lo hubiera mandado a la escuela”.
GOTA Y CHISPA:
La economía mundial se está hundiendo. Quienes han optado por la cuarentena obligatoria tendrán el castigo económico cuyas consecuencias todavía no se pueden mensurar. Pero la preocupación por frenar el virus está primero que todo. Es un dilema de hierro. Unos, por razones políticas, apuestan a mantener la aparente normalidad, bajando el precio de esta pandemia. Es la gripecita de Bolsonaro, la subestimación de Trump, y el paternalismo casi suicida de López Obrador. Otros, no. “Nos vemos Mañana”…