Opinion

HOMO SINALOENSIS: REFLEXIÓN SOBRE EL CONFORMISMO Y EL ABANDONO COLECTIVO DE LA DISCIPLINA

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Por Ricardo Fuentes Lecuona 06 Junio 2023

Así las cosas…

El reconocido (y polémico) sociólogo Alexander Zinoviev describió en su libro sovietskiy chelovek una crítica a los intentos del gobierno y la academia bolchevique de crear un “nuevo hombre soviético”. Un modelo de ser humano “ideal”: colectivista, altruista, capaz de ejercer su labor en diversas áreas de la sociedad sin necesariamente limitarse a una de ellas. El nuevo hombre soviético sería capaz de, según los doctrinarios bolcheviques, mantener una condición física, académica y social impecable; heróico, ajeno al ego, la avaricia, y al aspiracionismo, algo como una célula dentro del organismo colectivo que sería la sociedad comunista. Sovietskiy chelovek fue escrito por Zinoviev como disidente en las últimas décadas de la URSS. En este libro, el autor lleva a cabo un juicio semi-satírico del concepto del nuevo hombre soviético, y hace además una fuerte crítica al carácter de la sociedad comunista, señalando en ella muchas de las actitudes y prácticas generalizadas, fruto de las políticas socioeconómicas del Kremlin que habrían convertido al nuevo hombre soviético en el “Homo Sovieticus”. Un Homo Sovieticus sería entonces, según Zinoviev, una persona que encajara dentro de aquellas actitudes y prácticas que demostraba en gran medida la sociedad soviética entre los años 70s y 90s. Este término se convirtió en una común expresión despectiva contra aquellas personas que demostraran conformismo social, cinismo, hipocresía y apatía política. Zinoviev incluso llegó a hacer una especie de lista de requisitos o características que convertían a un ciudadano soviético en un Homo Sovieticus: La indiferencia al resultado, eficacia o eficiencia de su labor; la falta de iniciativa y la incapacidad de tomar responsabilidad personal por nada, a base de excusas; la indiferencia al robo de bienes en los centros de producción; un hipocrítico aislamiento de la cultura mundial, acompañado de un reprimido deseo de pertenecer a ella; una obediencia, aceptación pasiva o simple apatía ante el autoritarismo; y una tendencia a ignorar su realidad social, económica y política de manera autodestructiva a través del abuso de substancias como el alcohol y el tabaco. Durante una reciente lectura de Sovietskiy chelovek, me resultó particularmente similar, aunque con importantes y diversas diferencias, el concepto de una sociedad que de manera generalizada, y como fruto de un régimen político hegemónico, se encuentra estancada en sus propias actitudes sociales y políticas. Una ejemplificación que muchos ya conocemos sobre las realidades que enfrenta la sociedad mexicana es, por supuesto, El Mexicano Enano, del escritor nogalense Oscar Monroy Rivera. Tras los fuertes movimientos políticos y sociales de las primeras décadas del siglo XX, el mexicano se pensaba preparado para crear una sociedad posrevolucionaria distinta y ajena a la de los años del porfiriato. Descrito en gran parte por José Vasconcelos, el mexicano del siglo XX en adelante comparte muchas similitudes con el nuevo hombre soviético, del cual fue contemporáneo. En los últimos años he puesto suma atención a muchas de las actitudes que demuestra gran parte de la sociedad sinaloense. Nuestra tierra y nuestra gente ha demostrado, a lo largo de las décadas, que es capaz de ser ejemplar, heroica, abnegada, generosa, y activista. Sin embargo también ha logrado demostrar, en algunas ocasiones, que puede ser todo lo contrario. Titulo el presente escrito como “Homo Sinaloensis” no en denostación a mi tierra y a mi pueblo, a quienes les debo mi vida y mi ser, sino en un intento de que podamos llevar a cabo, como colectividad, una introspección a nuestras actitudes y prácticas que nos han llevado a convertirnos en un Homo Sinaloensis. Señalo además, que la sociedad mexicana como tal es culpable también de muchas de las actitudes que he de criticar en Sinaloa, sin embargo, no sería responsable de mi parte llevar a cabo un juicio de las actitudes sociales de todo un país tan grande y diverso como México, a partir de el hecho de que no lo conozco de manera integral. Es por ello que me he abstenido de hablar sobre un “Homo Mexicanus”. Con mi reiterado respeto, admiración y humildad ante nuestro pueblo, comenzaré por revisar la lista determinada por Zinoviev y compararla con las actitudes que a título personal, he podido advertir sobre nosotros. En tanto a la indiferencia sobre el resultado de la labor no puedo estar más en desacuerdo, los sinaloenses hemos sido una sociedad trabajadora y dedicada, desde el campesino hasta el más opulento burgués. Valorar el fruto de nuestra labor no es, en mi opinión, un área de oportunidad en nuestra sociedad. Hablando sobre la falta de iniciativa y de tomar responsabilidad personal, se pueden observar diversas realidades: de nuevo, el sinaloense no necesariamente carece de iniciativa o de emprendimiento, aunque (respetuosamente) tal vez sí de originalidad y de capacidad de tomar responsabilidad personal, aunque cabe mencionar que aspectos como la impuntualidad, el doublespeak (la práctica de decir cosas opuestas a las que uno desea), y las ingeniosas e interminables excusas sean generalizadas en todo el país, o incluso en toda la sociedad latina. Sobre la responsabilidad personal, sería un tema muy amplio llegar a cada detalle, pero un gran ejemplo, hablando de un tipo específico de responsabilidad, sería el rechazo generalizado de contribuir al ingreso local a través de la ignorancia de las obligaciones fiscales y la activa evasión de las mismas, como puede verse una y otra y otra vez en ejemplos como los viejos automóviles “chocolates” y los de lujo casi estrictamente emplacados en Durango o Jalisco. La indiferencia al robo en los centros de producción es un concepto muy endémico de una sociedad de producción colectiva, cosa que en Sinaloa no es necesariamente el caso, y, de la misma manera, la epidemia de los asaltos, robos y demás vulneraciones a la propiedad puede, de nuevo, verse generalizada de una manera u otra en toda la sociedad latina. El rechazo a la cultura externa y el paradójico deseo reprimido de pertenecer a ella pueden tal vez verse de cierta forma en algunos aspectos de nuestra sociedad. El sinaloense afuera de Sinaloa es famoso por asegurar hasta el cansancio que todo es mejor en Sinaloa (cosa que en muchas ocasiones tendrá razón), pero en Sinaloa anhela todo aquello traído “del gabacho” o aquellos bienes de marcas y tiendas que sólo pueden encontrarse en Guadalajara, Monterrey, o CDMX. la obediencia, o aceptación pasiva al autoritarismo, en el caso de Sinaloa se puede observar ante dos tipos de autoridad: la formal y la fáctica. El Sinaloense no necesariamente es sumiso, pero sí puede advertirse un considerable grado de apatía, o de aceptación pasiva, tanto a los abusos del poder político, como a los del poder - proveniente del crimen organizado, a éste último incluso se le pueden anexar otras prácticas como la apología del delito, el culto a personalidades criminales y la inspiración en la narcocultura para buscar un estatus social de respeto (que realmente sería miedo) y una justificación a otras actitudes autodestructivas. En tanto a la aceptación pasiva del autoritarismo político, podemos observar que el Sinaloense no es necesariamente el más activista del país, no somos una sociedad con una participación política ejemplar de manera colectiva, sino individual. Basta con revisar el porcentaje de participación electoral, y en otros ámbitos del gobierno, como la legislación, y la altísima aprobación no siempre merecida de nuestros ejecutivos locales, para comenzar a ver al Homo Sinaloensis. No he estado recientemente en Tabasco, ni otras regiones con gran apego al actual régimen político, pero ni en la Ciudad de México, ni en Nuevo León, ni en Hermosillo, ni en Tamaulipas he visto un grado tan alto y tan descarado del proselitismo de las llamadas “Corcholatas” de Morena como lo he visto los últimos meses en Culiacán. Mientras en otras regiones del país los vecinos se organizan para desecharlas, aquí es común que lo hagan para montar espectaculares y pintar cada centímetro cuadrado de la vía pública con los nombres de Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López, y Marcelo Ebrard. Otra actitud social que se refleja de manera generalizada en gran parte del estado es el abandono colectivo de la disciplina. El sinaloense no es ignorante de la ley o de los reglamentos, de hecho tiende a conocerlos muy bien, pero fácilmente los olvida cuando no le son de la más mínima conveniencia. Las prácticas de estacionarse deliberadamente en el cajón para discapacitados, de “volarse” los semáforos, de manejar con el celular en la cara, de abiertamente manejar sólo efectivo y cobrar extra por facturación, de evadir la tenencia y la importación, la corrupción de las autoridades, la apología del delito, los abusos y las terribles condiciones en los campos de cultivo, etc, etc, etc, pueden verse en todas las regiones del país, por supuesto, pero podría advertirse que en Sinaloa se combinan todas en una especie de contrato social celebrado por una sociedad y una autoridad a las que no les importan las reglas a menos que le sean convenientes de manera personal, y no colectiva, como lo busca ser la naturaleza de la ley. Una sociedad que año tras año tiene que suplicarle a sus miembros que dejen de celebrar el primero de enero disparando al aire en densos núcleos de población. Una sociedad que se queja y se queja, pero pone excusas antes de tomar la iniciativa. Una sociedad que se pone a sí misma en un pedestal, pero permite que sus clases trabajadoras sufran de la más profunda marginación y abandono. Una sociedad que ve casi siempre primero por el “yo” y al final por el “nosotros”. Una sociedad que sólo sigue la ley cuando le conviene, y que cuando no le brinda ningún beneficio inmediato y directo la pasa por alto. Esa es la sociedad del Homo Sinaloensis. Esa es, en un aspecto abstracto, nuestra realidad colectiva. Nadie quiere un Sinaloa sin ley, intolerante, autoritario, fingido, o incoherente, pero al mismo tiempo son muy, muy pocos quienes son capaces de reconocer aquellas actitudes en su ser, y aún menos quienes activamente buscan deshacerse de ellas. Llevo a cabo esta crítica no como un señalamiento de virtud, ni como un manifiesto de mis molestias, sino porque amo a mi tierra, amo a mi gente, y quiero que todos seamos parte de un Sinaloa que respeta el orden, que reconoce su responsabilidad, que aprecia lo interno tanto como lo externo, un Sinaloa fraterno, generoso y abierto. Sé que he expresado, como las llamaría Zapata, “verdades amargas”, tal vez hasta afirmaciones que a usted no le parezcan correctas, y por ello me disculpo. La experiencia de una colectividad no puede observarse desde una única perspectiva, eso lo reconozco, pero presumo, que posiblemente algunos de mis señalamientos puedan ser compartidos por el resto de los sinaloenses. Les deseo a mi tierra y a mi gente siempre lo mejor, y para ello debemos ser nosotros mismos lo mejor. ¡Basta de conformismo y apatía! ¡Que vivan el trabajo, la honradez, la disciplina, la humildad y el activismo! ¡Que viva Sinaloa!