Inflexión política…
Por Benjamín Bojórquez Olea 15 Mayo 2020
SOBRE EL CAMINO
México está atravesando una crisis multidimensional; tanto en lo económico, como en lo político, moral y social, confronta radicales disyuntivas. Para explicar el origen de esta crisis, su evolución reciente y sus posibles vías de desenlace, en este artículo analizo las limitaciones de la transición mexicana a la democracia, y por tanto, las razones de la continuidad institucional, legal y cultural del nuevo y viejo régimen. A su vez, hago una tesis de la aceleración de la crisis desde el regreso del Partido Revolucionario Institucional a la presidencia de la república (2012) y el lanzamiento del proyecto restaurador. Finalmente, se presenta la evolución y los retos estratégicos de los nuevos movimientos sociales de protesta y los posibles derroteros de la actual lucha entre la restauración autoritaria y democratización del nuevo gobierno de izquierda. La sobrevivencia del nuevo régimen en el contexto de una democracia electoral consolidada que atraviesa por una severa crisis económica y de derechos humanos, plantea retos analíticos formidables.
¿Cómo es posible que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) obtenga el poder absoluto no solo político o autónomo de libertad de las instituciones, además cultural, a pesar de tantos problemas cotidianos, falta de legitimidad del régimen y una creciente radicalidad de los movimientos sociales? Esta pregunta se contesta en un punto medio, ya que la historia ha provocado una inflexión social y política muy importante, a través de una serie de noticias internacionales por escándalos mayúsculos derivados de violaciones de derechos humanos y actos de corrupción en las más altas esferas de gobierno. Lo que parecía ser hasta entonces una historia de éxito de una tecnocracia conservadora que había logrado completar el ciclo neoliberal en México, se convirtió de pronto en un relato de horror, incompetencia y abierto desafío a la opinión pública. México experimenta hoy una crisis política y moral tan grave como cuando coinciden en el tiempo actual una irrupción del zapatismo, la lucha nacional por la democracia electoral, varios magnicidios políticos sucesivos y una crisis económica estructural y, por ende, un drástico arreglo de cuentas al interior del dueño de Morena. México vive el fin de los potenciales estabilizadores de esa peculiar combinación de un tímido ciclo democratizador limitado a la esfera electoral y un proyecto que termina con los intereses de toda clase de monopolios, públicos y privados. En términos económicos, lo único que se ha logrado es un prolongado estancamiento y un agravamiento de la desigualdad y la pobreza; en términos políticos, la democracia electoral ha agotado sus alcances sin haber conseguido aún la transformación de un nuevo régimen. Por ello deben existir contrapesos, ósea, un punto medio, ya que tanto en gobierno de derecha y ahora de izquierda han mantenido las cámaras federales ha complicidad e inoperancia, pues el Legislativo mantiene su carácter diletante y subordinado al Ejecutivo y a los partidos (la Cámara de Diputados tiene un corto ciclo de vida de tres años sin reelección, lo que impide su profesionalización y hace depender la carrera de los políticos de sus partidos y no de sus electores); el poder Judicial también depende del poder Ejecutivo debido a que el interlocutor y culpable son las fuerzas de esas cámaras las que permiten que el Ejecutivo obtenga el poder absoluto para mantener a sus criaturas en el poder, para que así el Ejecutivo reforme sus ambiciones por cundinas, máxime con una autonomía política obligada para complacer los recursos del pueblo con un solo objetivo: “Una dictadura perfecta”. Ante este escenario el único gran cambio político, de trascendencia inmensa en la actualidad, es la pérdida de centralidad de la presidencia de la república, eje articulador, lo que ha conducido a la fragmentación del poder del Estado, que a su vez se expresa en incapacidad para operar las políticas públicas, corrupción rampante e ignorada por conveniencia, ineficiencia mayúscula en la gestión de las empresas públicas, e incapacidad para combatir al crimen organizado, dejándolo libre sin pena ni gloria.
GOTA Y CHISPA:
En el campo de la política profesional se vive un retroceso cultural y moral, en el campo de la sociedad civil se experimenta una gran confusión política y una sensible mengua de la visibilidad pública de sus principales organizaciones y movimientos. El cambio lleva a la mayoría de los líderes de la sociedad civil organizada a intentar cooperar o abrir nuevos pensamientos o puentes que se limitan a encontrar mecanismos representativos e incluyentes con capacidad de influencia política efectiva. Si bien el campo de la política y del debate público emerge y provoca una disolución social es por la simple y sencilla razón de que la división flagela y orienta conductas ignorantes, significando pues una crisis política tanto arriba como abajo. Lo cierto es que el poder de influencia de una sociedad civil heterogénea y plural –con escasa densidad organizativa y social– ha sido poco significativa. El interés casi único del nuevo “TLATOANI” ha sido pasar las reformas necesarias para concluir el ciclo neoliberal, con la esperanza de atraer inversión personalizada, así como aquéllas que se requieran para el control gubernamental sobre los poderes fácticos más poderosos que retan la soberanía del Estado. Aspira también, de manera precaria, a recuperar el control del territorio en vastas zonas del país que hoy están en manos del crimen organizado. En el corto plazo, el nuevo régimen se ve favorecido por el ambiente de confusión política y la ausencia de líderes visibles en la sociedad civil. Hay una enorme movilización de protesta y han emergido múltiples iniciativas para salir de la crisis, pero no existe un liderazgo capaz de unificar la diversidad de opciones políticas existentes en el seno de la sociedad. “Ese es el verdadero problema, de construir una sola figura para llegar al poder”. “Nos vemos el Lunes”