Opinion

Juárez: El inmortal…

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Por Rubén Medina 07 Julio 2020

Construyamos México

Eco de palabras que retumban en los muros de monte Albán, arquitectura religiosa y funeraria, de un pueblo fundador de una de las grandes culturas del país asentadas en Oaxaca, cuyas manos de alfareros prodigiosos daban vida a la cerámica. Así, con su magia, en 1806, con el más puro barro de la tierra negra, dieron vida a Juárez. El 17 de diciembre de 1818, Benito pablo de pura sangre zapoteca, sale de Guelatao por los caminos de la leyenda. Su visión estaba en Oaxaca. ¿Qué se podría esperar en una época cuyo habito cotidiano era la guerra civil, las asonadas, el arrebatamiento de los poderes por medio de las armas y donde la palabra indígena era sinónimo de marca del hierro candente. ¿Sería su suerte o el hado de los dioses quien lo condujo al manto protector de don Antonio Salanueva; este encuadernador y tercero franciscano, lo condujo por el camino del estudio.  

  

        Llegó hasta el seminario y de 1821 a 1828 cursó con sobresaliente aprovechamiento y particular aplicación, latín, filosofía y un curso de teología. Sus notas eran de excelente; pero su vocación no era ser clérigo y se pasó al instituto de ciencias y artes en agosto de 1828 para estudiar jurisprudencia. Son los primeros pasos de un gran estadista y hombre de su época, y si todo esto lo ignoramos, ¿dónde podremos encontrar la confianza en la propia raza, el orgullo que se necesita para levantar obras? Cuando se habla de liderazgo en las universidades se ejemplifica con la vida de empresarios millonarios y se olvidan del gran ejemplo del gigante zapoteca. 

        A los 25 años inicio su carrera política: regidor del ayuntamiento de Oaxaca, diputado local, juez civil, secretario de gobierno, magistrado del tribunal del estado, miembro del triunvirato ejecutivo de Oaxaca; ministro de justicia y negocios eclesiásticos, diputado federal, gobernador de Oaxaca y presidente de la corte y finalmente presidente de la República. 

  

        Y si entramos valientemente a la crítica de ese primer siglo de nuestra independencia, veremos que era como una orgia de vándalos. De seguro que Juárez se preguntaba: ¿Qué es lo que hemos hecho en este país los mexicanos? dejamos perecer a hidalgo, el varón fuerte, justo y laborioso; a Morelos, el vidente; el heroico, y en cambio prostituimos nuestros primeros triunfos, coronando como emperador a un bribón como Iturbide. Poco después endiosamos a Santa Anna. Pero el indio oaxaqueño no era de los hombres que se pasaban su tiempo lamentando los errores de la patria. Él fue un patriota valiente y abnegado, proyectó leyes de reforma, se destacó en toda su trayectoria militar y política por su energía y tenacidad. Los líderes se hacen y forjan en el compromiso y responsabilidad social para con sus semejantes; no nacen de las clases altas, pueden surgir del oscuro rebelde de los pueblos olvidados por la civilización. ¿Cómo podremos creer en nosotros mismos, si comenzamos negando nuestras raíces y vivimos en el servilismo de imaginar que todo lo que es cultura ha de tener etiqueta de importación reciente, como si nada valiese el esfuerzo de los siglos que han acumulado en este suelo, en diversa épocas, torrentes de civilización que en seguida desaparecen justamente porque no sabemos ligar el ayer con el presente y ni siquiera los esfuerzos todos de una sola época juarista en que la patria se vio amenazada en 1859 al iniciar la guerra de reforma, provocada por las fuerzas liberales y las conservadoras: la patria se hallaba sangrante por esta conmoción social de carácter fratricida. El benemérito ordenó la suspensión del pago de la deuda pública, en defensa de los intereses de la patria. Francia, Inglaterra y España, potencias mundiales de su época, reunidas en la convención tripartita de 1860 determinaron la intervención armada en México. Inglaterra y España rectificaron su error y se abstuvieron de manchar sus pabellones con el estigma infame de la intervención. Francia, debido a la política ambiciosa de su embajador napoleón III, conservó su arrogancia y actitud de ataque, dando origen a las epopeyas y de actos sublimes como, entre otros, el día glorioso del Cinco de Mayo. 

  

        Enfrento a los reaccionarios que detienen las ruedas de la historia, a una clase caduca y rancia que quería ser gobernada por un emperador de pelambre rubio y epidermis blanca pero que nunca saben dirigir una mirada a sus pueblos. Esta clase vio a su rubio emperador, a los Miramón y Mejía, caídos para siempre en el cerro de las campanas, se creyeron invencibles, dominadores de hombres y de pueblos, encontraron en México a sus maestros bajo la humilde apariencia del cobrizo semblante de los soldados de la patria. 

  

        El indio de Guelatao, es el constructor del México moderno. Pero no lo supimos imitar en sus austeras disciplinas ni a Ocampo, ni a Lerdo y todas las libertades que ellos nos conquistaron las pusimos a los pies de otro traidor del progreso: el déspota Porfirio Díaz que nos dejó de herencia once años de lucha intestina, para remediar males que él solo supo acrecentar. Y así nos pasamos el siglo XX, de caudillaje en caudillaje, de cacique en cacique; gobernados por la violencia y corrompidos por la avaricia, todo esto hay que decirlo en las universidades, para ver si el asco de nosotros mismos nos lleva alguna vez a consumar un cambio a la altura del estadista, de Juárez. Nada importa titularse liberal o conservador, de derecha o de izquierda, lo que interesa es distinguir al que sabe del que no sabe, al que edifica del que derrumba, al que crea del que destruye. Lo que importa es condenar a los que no hacen y a los que nada intenta. La historia olvida las palabras, pero atiende a la magia de las obras. 


        Al benemérito de las Américas se debió una conquista institucional, la relativa a la forma de su gobierno, que cesó de provocar guerras civiles. Es innegable, asimismo, que Juárez se reveló como habilísimo político, dominador de las más difíciles situaciones y de los más susceptibles, inquietos y rebeldes políticos. El símbolo de la legalidad. 


        Penetremos en las páginas chinacas de la época juarista, cuando ser licenciado para ejercer el derecho, la jurisprudencia, equivalía a ser la ley con vida, esencia, rectitud, vocación, con la pasión de los héroes sociales que México clama a gritos de angustia y desesperación, imitemos a Juárez. Les convoco a poner a prueba su rectitud, su dignidad invicta, a señalar a los corruptos con el índice de la verdad y la ley para limpiar de lacras, de Miramón y Mejía, a la patria del luchador incansable, para mandar, de nuevo, a todos los traidores, al Cerro de las Campanas. 

Pd: Azo ti tocnopil azo ti. (¿Seremos dignos de ti?) 

POEMA ENCONTRADO EN LA RED… 

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