Opinion

LA LUCHA DEL CAMPO: ¿IMAGINAS A SINALOA SIN AGRICULTURA?

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Por Ricardo Fuentes Lecuona 19 Junio 2023

Así las cosas

El Estado Libre y Soberano de Sinaloa es muchas cosas. Hablar de la pitahaya redonda no es sólamente hablar sobre una entidad federativa, sino también es hablar de sus pueblos, indígenas y mestizos, que comparten cincuenta y ocho mil kilómetros cuadrados. Hablar de Sinaloa es también hablar de sus dieciocho municipios, sus once ríos, sus valles, sus playas y su sierra, el aguachile, la tambora y el béisbol. Todos inseparables a esta tierra que más de tres millones de personas, radicando o no en ella, tenemos el privilegio de llamar nuestro hogar. Por tantos aspectos positivos que tiene Sinaloa, debemos también reconocer que la moneda tiene dos caras, por lo que hablar de nuestro estado significa también, lamentablemente, hablar del crimen organizado. Para unos, la cara de Sinaloa es la cara de Rafael Buelna o de Salvador Alvarado. Para otros, es la cara de Joaquín Guzmán o Félix Gallardo. Sea como sea, una disección del significado inherente de nuestra tierra jamás será completa sin mención de la labor más honrada. Aquella práctica ancestral que dio paso a la civilización humana. Esa ocupación que forma la base de toda sociedad y de toda tradición. Estoy hablando, por supuesto, de la agricultura, que es el pasado, el presente, y el futuro de nuestra tierra. Sinaloa porta, con honor y renombre, y como fruto de su preciada tradición agrícola, la corona de ser el granero de México. Lingüísticamente, la agricultura es un sustantivo, una determinación de la realidad existente. Dicha realidad, a su vez, está conformada por diversos factores pasivos y activos. Los factores pasivos son aquellos que existen como resultado de la determinación de la naturaleza: las plantas, el agua, la tierra, el nitrógeno, entre otros. Por otro lado, los factores activos son la derivación de la incidencia del ser humano en su entorno: la irrigación, la siembra, el tratamiento de la tierra, y la selección artificial de la vegetación y sus características. Sociológicamente, la agricultura es el desarrollo de labores especializadas en la cultivación y explotación de la tierra con la meta de cubrir las necesidades alimentarias y económicas de una colectividad. La naturaleza rigurosa y definitiva de las labores agropecuarias son determinantes en el aislamiento de los campesinos de los núcleos de población, ya que mientras los artesanos, comerciantes y administradores optimizan su labor a mayor densidad poblacional, los agricultores lo hacen en la periferia y la dispersión. Como resultado de este fenómeno, las sociedades, históricamente, han tendido a marginalizar a quienes ejercen la labor agrícola, ganadera y pesquera, entre otras. Con la concepción de México en el encuentro de los dos mundos, y la conquista y sometimiento del incumbente, fueron los españoles quienes dominaron labores como la artesanía, el comercio y la administración en los núcleos poblacionales. Mientras tanto, las castas subordinadas fueron enviadas lejos a las periferias para ejercer las arduas labores de la tierra, separándolas de los núcleos de población y resultando en la segregación característica de las sociedades coloniales y poscoloniales. Abolir dichas injusticias se ha convertido en la meta de un sinfín de movimientos sociales, los cuales han sido el motor de la historia de nuestro pueblo. Es esta la lucha del campo, una lucha que sigue vigente en la actualidad. Una lucha que México ha pagado con ríos de sangre, que ha visto nacer y morir a los mejores hombres y mujeres de nuestra patria. Una lucha que nos ha abierto las puertas a la democracia, a la igualdad, y a la justicia social. El corazón latiente de esta lucha se encuentra fuerte y vehemente en cada rincón de nuestra tierra. Por ello, y por la posición y la esencia de Sinaloa, es que la lucha del campo en nuestro estado es un aspecto fundamental de nuestra realidad, al que todos los sinaloenses le debemos nuestra vida y nuestra identidad. Continuar la lucha del campo es una obligación de todos. He ahí el origen del llamado “la lucha del campo, es la lucha de todos”. Durante los últimos meses, Sinaloa ha presenciado con vigor el desarrollo de la lucha del campo. La traición de los gobernantes y la ya complicada comercialización de las cosechas a partir del precio del dólar, las guerras en regiones productoras de grano como Ucrania, y la recuperación post pandemia, han dejado a los agricultores sinaloenses en una posición profundamente desventajosa que atenta contra su propia subsistencia. Como respuesta, los productores invocaron el poder de la lucha generacional para hacer frente a la marginación y el abandono. Adaptando una famosa frase de Emiliano Zapata, indiscutible sinónimo de los movimientos agrarios, describiré la situación de la lucha del campo sinaloense de la siguiente manera: Los agricultores pidieron, como lo piden los pueblos cultos, pacíficamente en la prensa y la tribuna que se les atendiera, pero se les contestó con mentiras, insultos y amenazas; ahora el gobierno tiembla al contemplar al pueblo fuerte y saberlo vencedor. Pues fue así, las demandas de los productores habían nacido ya hace tiempo, tiempo en el que ya se hacía el llamado a que se les atendiera, ahí se plantó la semilla de la lucha actual. Y sí, se les atendió, pero con promesas falsas, contradictorias y paulatinas, a pesar de las advertencias de que el problema crecería de manera exponencial si no se lograba solucionar lo antes posible. La semilla germinó cuando las peticiones se convirtieron en manifestaciones, las invitaciones formales en gritos, y ante la inacción y apatía de las autoridades, los agricultores habían de buscar la forma de hacerse escuchar, quisieran o no los gobernantes. Las movilizaciones en la vía pública, las filas interminables de tractores frente al Palacio de Gobierno, y las pancartas demandando precios de garantía son el brote de la lucha, la vista anticipada de lo que podría llegar a ser, en el caso de que la apatía continúe. Honrando la búsqueda de la verdad, ha de mencionarse que el gobierno comenzó a actuar a partir de estos sucesos, se anunciaron la compra de algunas cosechas y algunos apoyos, particularmente a los más pequeños productores. No obstante, estos apoyos se dieron envueltos en trabas y formalidades, diseñadas para minimizar su cobertura en el sector. La falta de un documento actualizado o la tramitación fuera de tiempos estrictos y apretados eran suficientes para descalificar a cualquier productor, por tan pequeño que lo fuera. Además, el sector agrícola se compone de una diversa colectividad en su producción y sus precios, por lo que los apoyos sólo serían eficaces cuando cubriesen las necesidades de todos. Añadiendo, fue a todo este sector a la que se le prometieron los precios que hoy se demandan, no sólo a algunos productores, por lo que la falta de un plan integral de apoyo al campo sinaloense exacerbó la problemática. Ante la negativa de concretar dicho plan integral, los productores de nuevo tomaron acciones para buscar dialogar con las autoridades, ser escuchadas en sus demandas, y recibir lo prometido por los gobernantes. Esta vez fue en PEMEX. Las tomas de PEMEX en Topolobampo, Salvador Alvarado y Culiacán fueron las hojas de la lucha. Ahí se miró que la lucha está viva. Fue en PEMEX cuando la ciudadanía demostró contundentemente su apoyo a los agricultores. Fue en PEMEX cuando el Gobierno Federal fue obligado a voltear a ver nuestra lucha. Y fue en PEMEX donde se asomó la vil mirada de la tiranía. Mesas de trabajo con Gobernación, una secretaría más enfocada en la precampaña presidencial de su entonces titular, que en atender las problemáticas nacionales, lograron muy poco. La marcha ininterrumpible del reloj, al igual que el furioso sol del verano y la saturación de los centros de almacenamiento pusieron enorme presión a una situación ya al borde estallar, fruto de la desesperación y la incertidumbre. Fue esta profunda crisis la que dió lugar al florecer de la lucha, la máxima expresión, hasta el momento, del poder y la fortaleza de los agricultores, es aquí donde emplearé a la primera persona, a partir de mi propio testimonio. Fueron aproximadamente cuarenta y tres horas que duró la toma del Aeropuerto Internacional de Bachigualato, después de la llegada de los agricultores al Palacio de Gobierno, donde tras fuertes y emotivos discursos en los cuales tuve la oportunidad de participar, se acordó el plan de acción para esa tarde. Un camino difícil, emprendido por los manifestantes desde el Palacio de Gobierno hasta la zona federal, flanqueados por elementos de las policías municipales y estatales, quienes intentaron, sin éxito, bloquear las vialidades y los accesos al aeropuerto. Fue más grande la perseverancia de los productores que el tramo por recorrer, más grande que los cuarenta y cinco grados bajo el sol, y más grande que los bloqueos policiales. Llegando a la terminal, la manifestación logró su objetivo: detener las actividades del aeropuerto, con la meta de forzar la mano del gobierno. Los accesos a las instalaciones fueron bloqueados mientras se desplegaban decenas de elementos antimotines de la Guardia Nacional. Las primeras horas fueron tensas, entre pasajeros inconformes y la presencia de la fuerza pública, una escena que jamás olvidaré. Así llegó el atardecer, acompañado por funcionarios estatales, pero ante la negativa de ofrecer algo distinto a lo ya rechazado, tocaron retirada. La primera noche no fue fácil. A la intemperie y sin amenidades, pero tranquila, según algunos productores. La llegada del siguiente día vió además la llegada de refuerzos por ambos lados: más elementos de las policías, con más estrictos bloqueos, pero eclipsados por más productores y ciudadanos uniéndose a la lucha. Emprendí por mi cuenta una caminata no distinta a la del día anterior, cargando 20 litros de agua embotellada desde la carretera a Navolato hasta la terminal, con la intención de compartir dichos víveres con los productores, los policías y los pasajeros que quedaron varados. Esa tarde realicé algunas entrevistas a pasajeros y productores, las cuales publicaré en su totalidad más adelante. También presencié la llegada de otros ciudadanos con agua embotellada, alimentos e incluso aguas frescas, detalles que los agricultores agradecieron profundamente. A pesar de la tensión, el sudor, y la incertidumbre, ví al cumplirse las 24 horas una bella y poderosa escena; una manifestación tangible de esa lucha ancestral contra las injusticias que asedian al campo. La segunda noche fue muy similar a la primera; fresca, tranquila y serena, seguida por una mañana complicada. Tras florecer la lucha durante cuarenta y tres horas en la terminal aérea, finalmente se vieron los primeros frutos, que lograron establecer una nueva mesa de trabajo con el gobierno del estado, a pesar del conjunto de calumnias arrojadas desde el Palacio Nacional. Los frutos de la lucha están por cosecharse, y al igual que en cada otra cosecha, los sinaloenses les deseamos a nuestros agricultores abundancia y seguridad. ¡Que viva la lucha del campo!