La política en decadencia...
Por Benjamín Bojórquez Olea 25 Noviembre 2022
Sobre el Camino
Apareció el Estado. Siempre son preferibles los hechos a los
discursos. Pocos son los discursos que producen un cambio. Los ha habido en la
historia que, en los libros y la nueva era contemporánea, pero son escasos.
Casi siempre los discursos, buenos, regulares y malos, quedan atrapados en su
propia venalidad y suele ser tan fugaces como el instante en el que son
pronunciados.
A pesar de ello, o quizá por ello,
abundan los políticos que parecen estar convencidos de lo que los discursos
solucionan. Hablan y se van satisfechos, seguros de que han salvado a la
patria. Pero los verdaderos agentes de cambio son los hechos.
Es ya una tradición celebrar los
encendidos e irónicos discursos que pronunció Demóstenes en
contra de Filipo II y luego de su hijo Alejandro,
y, sin embargo, Alejandro avanzó y venció a Atenas sin
que las palabras del orador lo impidieran.
Hemos llegado a una situación en la
que seguramente Antonio de Padua María de López de Santa Anna hubiera
enviado la suerte del que actualmente no sólo funge como Presidente, sino que
también actúa como predicador. Un hombre que, a través de las mañaneras, ha
conseguido convertir al país en uno de un solo hombre.
El derecho al cambio es algo que
tienen los gobernantes. Es más, las sociedades que evolucionan para bien lo
hacen mediante la transición y no por medio de la revolución. Sin embargo, en
México tenemos una mezcla muy peligrosa entre revolución, transición y, sobre
todo, destrucción de los ejes y pilares que hasta aquí fundamentaron los últimos 30 años
de la vida del país.
Desde la década de los 90,
México ha sido un país regido por el éxito de lo que significó crear el IFE,
que más tarde pasó a ser conocido como INE.
Incluso, esta revolución en forma
de transición que es la 4T, fue aprobada y aplaudida desde el buen
funcionamiento del INE. ¿Entonces por qué
destruirlo?
Por una razón muy sencilla. Porque
en los nuevos tiempos donde lo que importa es la poesía y la lírica, más allá
de los datos objetivos del ejercicio de gobernar, es fundamental tener poetas
al momento de interpretar las elecciones. Por definición, las Fuerzas Armadas
son una organización absolutamente vertical que confluyen en su cabeza, en su
comandante en jefe, y que se les enseña a obedecer órdenes.
Un militar no es un político. A
pesar de que, en la historia reciente de nuestro país, llamado grupo de los
generales de Sonora, compuesto por Adolfo de la Huerta, Álvaro
Obregón y Plutarco Elías Calles, dio a la luz la
consolidación de la Revolución. Hizo falta un nombre de Estado, como lo fue el
general Lázaro Cárdenas, para seguir la obra de otro hombre de
Estado, llamado Plutarco Elías Calles, para consolidar
definitivamente el fin de los caudillajes militares y el nacimiento del Estado
mexicano. Un estado que fue inicialmente apuntalado por Miguel Alemán
Valdés. Los militares votan como personas, pero lo tienen prohibido como
institución.
Desconozco cuánto tiempo tardaremos
en tener un responsable máximo de la infraestructura del país que forma parte
de las fuerzas armadas. No sé cuánto tiempo pasará antes de que la política
deje de ser de tres colores banderas y que toda ella se convierte en verde
olivo. El bienestar es la marca de este gobierno. Es el apellido de programas
sociales y dependencias con las que, nos dicen se asegura la atención, pero
sobre todo el desarrollo de cada ciudadano que queda bajo la sombra de este
espíritu, asistencialista. El Ejecutivo federal ha apostado todo en esa línea
de gobierno, sin embargo, ¿qué sucede cuando los otros frentes, más
allá de la entrega de recursos no avanzan en la misma línea y dejan ver el
hueco de la presencia institucional?
Los números que arrojan la
violencia no solo retratan una dolorosa realidad a través de la precisión de
las víctimas, también subrayan la impunidad que impera en nuestro país. Si el
bienestar como marca fue un objetivo, la esperanza como punto de partida para
evaluar ese bienestar quedó en el olvido.
En otro margen de ideas pareciera
que democracia y autoritarismo son excluyentes, pero no es así. Son dos caras
de la misma moneda. La mayoría de los regímenes autoritarios devienen de
democracias fallidas. La democracia no es una panacea, como muchos tratan de
entenderla, es solo una manera de convivencia de las diferencias en forma
civilizada. Impera la tolerancia, se vislumbra lo diverso como otra opción para
encontrar soluciones, se preservan libertades y se busca construir
consensos.
El autoritarismo, por el contrario,
rechaza la pluralidad, destruye lo diverso, busca la unanimidad por encima de
la razón, atenta contra libertades de expresión, de tolerancia, de reunión, de
organización, impone su propia visión del mundo, centraliza decisiones y desdeña
el consenso, el diálogo o el debate. Suprime la opinión pública, acosa a los
medios de comunicación, y, en muchos casos, además de la falta de transparencia
y rendición de cuentas, se liga con organizaciones delincuentes.
Es la cultura política, entendida
como conocimiento y actitudes, que en una sociedad determinada manifiesta en el
sistema político, en que se encuentra, lo que marca el avance democrático, o
bien lo neutraliza. Tiene que ver con los sentimientos acerca del sistema
político.
Si bien las sociedades modernas
tienen un marco constitucional semejante, adoptar los derechos humanos, la
fiscalización, la transparencia y las libertades, la calidad de la democracia
no es la misma en los diversos estados, pese fundamentarse en principios semejantes.
GOTITAS DE AGUA:
Bien le vendría al presidente Andrés
Manuel López Obrador abrir bien los ojos en vez de entrecerrarlos y
dejar de oír los salmos de quienes lo veneran en vez de centrarlo. Se dice
fácil, pero es una tarea difícil. Demanda capacidad de organización, pero sobre
todo claridad, inteligencia, humildad y sacrificio, virtudes ajenas a quienes
al mirarse en el espejo se envanecen. "Si cierran la puerta,
apaguen la luz". "Nos vemos el Lunes"...