Las fuerzas armadas en las calles...
Por Benjamín Bojórquez Olea 05 Diciembre 2022
Sobre el camino
Con toda claridad no estoy de acuerdo que el Ejército
Mexicano y la Marina Armada resuelvan problemas que tienen una hondura en la
que el poder civil y la sociedad misma tienen muchísimo que hacer.
Como observa Christian
Welzel, investigador de la EMV en Alemania, "los
académicos consideran que confiar en otros es un facilitador psicológico de las
actividades pacíficas y voluntarias que nutren a la sociedad civil, es la
principal fuente de presión para mantener a los gobiernos responsivos y sujetos
a la rendición de cuentas".
En otras palabras, la confianza
tiene una relación con lo que se espera de la forma democrática de gobierno,
sus principios y normas.
En mala hora y de mal modo se
radicaliza el debate sobre el nuevo rol de las Fuerzas armadas. Así, se abre la
puerta a un desencuentro que puede dejar heridas de muy difícil cicatrización
al Estado de derecho, la democracia, al Ejército y la Marina, así como a la paz
con justicia.
Por las condiciones generadas para
el desarrollo de su industria, de plácemes con cuanto ocurre y agradecido con
el gobierno y el conjunto de los partidos políticos debe de estar el crimen
organizado. Pero, cómo no, si le están poniendo la mesa y con la comida
servida. Síganle, no le paren, podría decir el crimen a la clase política.
Cuanto más se dividen ustedes, más nos multiplicamos y diversificamos
nosotros.
No distinguir entre tomar riesgo y
correr peligros ha llevado al Ejecutivo a modificar instituciones que,
claramente, exigían una transformación, pero también un cálculo mínimo de si la
acción emprendida era la indicada y arrojaría el resultado esperado. A tientas,
de corazonada o haciendo apuestas elevadas se ha conducido el mandatario,
acertando algunas veces y fallando muchas otras.
Hoy, ese proceder aventurado cobra
expresión en el miserable debate sobre la civilización o la militarización de
la seguridad, así como sobre las múltiples funciones y obras públicas
entregadas a quienes visten uniforme con charreteras. La intención del
mandatario de modificar el rol la vocación de las Fuerzas Armadas, en vez de
tenerlas encuarteladas y consumiendo presupuesto, se fue dando como quien no
quiere la cosa, asignándoles tareas que de a poco, las fue empoderando en
ámbitos ajenos a los suyos. No reparó ni se interesó el Ejecutivo el reconocer
algo elemental: el giro obligaba a replantear la relación también con la nación
a la cual se deben. Obligaba y obliga a rendir cuentas.
La decisión de los mandos de la
Guardia, el Ejército, la Fuerza Aérea, la Marina de comparecer sin hablar ante
el Senado, como momias, diría el Ejecutivo, no fue un desaire a los
legisladores. No, fue a soberanía popular que estos representan.
¿Quién decidió eso? ¿Quién
dio y quién recibió esa orden? ¿Quién escoltó a quién? ¿Los funcionarios
militares a los civiles o estos a aquellos? ¿Quién manda, quién obedece
ahora?
En la decisión inconsulta y sin
plan para cambiar la vocación y función a las Fuerzas Armadas y al costo de
perder colaboradores civiles en desacuerdo con la medida, fácil le resultó al
mandatario recargar a aquellas con tareas de seguridad, construcción,
administración, operación y distribución, sin modificar la opacidad,
característica, tradicional dicen ahora los transformadores, en su
desempeño.
Ciertamente, en su origen e
intención, resultaba comprensible la decisión presidencial de echar mano de las
Fuerzas Armadas para el desarrollo de su proyecto.
Contar con una eficaz, diestra y
numerosa fuerza de tarea disciplinada y obediente, con la clara cadena de mando
y sin sindicato fue y es, una tentación, sobre todo, ante una burocracia
infernal e inamovible, el elefante reumático del que tanto se queja el
presidente. Obvio, en vez de sacudir a la burocracia; se optó no por meter,
sino por sacar de los cuarteles a soldados y marinos no sólo para operar en el
campo de su dominio, sino en ese y muchos otros.
En el colmo, en vez de formar una
Guardia Nacional civil y profesional que, incluso, fuera contrapeso, se decidió
entregarla, como un cuerpo más a la Defensa, dejando en absoluto sin sentido a
la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
GOTITAS DE AGUA:
A mi criterio, hasta hoy, no se
sabe si los jefes de la Guardia, el Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina
consultaron a sus estados mayores, así como el generalato y al almirantazgo en
activo y en retiro la convivencia de aceptar y cumplir las tareas impuestas por
el comandante supremo y, con ello, asumir la responsabilidad pública de rendir
cuentas. Una consulta delicada en extremo, difícil de resolver cumpliendo con
la obediencia y la pertinencia. Si lo consultaron o si sólo resolvieron derivar
de los encargos un poder superior al que ya de por sí tienen es un
enigma.
Complicada situación la de los
secretarios de la Defensa y la Marina. Muy, pero muy compleja. Tenerlos en esa
situación, a nadie conviene, excepto al crimen. Si obedecen, malo; si desobedecen,
también. Peligroso, en cualquier caso.
El contexto en el cual se da el
debate sobre el nuevo rol de las Fuerzas Armadas es inquietante.
Debatir así la militarización y la
civilización de la política y el gobierno es darse de empujones al borde de un
abismo donde se puede despeñar el Estado de derecho y la democracia. "Si
cierran la puerta, apaguen la luz". "Nos vemos Mañana"...