Opinion

Maestría para un político…

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Por Benjamín Bojórquez Olea 13 Abril 2022

sobre el camino

¿Es posible hablar de política sin acalorarse, sin perder las formas ni herir los sentimientos de nadie y, sobre todo, sin acabar con el ego magullado? Es posible, pero no es fácil, y menos en campaña elec­toral, o bien, cuando se busca un cargo político.  

Hay muchas emociones en juego para el 2024, mucha polari­zación política, que se traslada a los ciudadanos, y demasiadas ­tertulias y debates crispados, que no enseñan nada bueno. Pero se puede hablar de política sin discutir. Y pasarlo bien.   

Aquí siguen unas reglas para salir invicto cuando en una reunión familiar o con amigos, o en una charla informal en el trabajo, alguien plantee “¿y qué te parece todo lo que está pasando?”. Más allá de la ideología de cada uno, para intentar defender con solvencia cualquier idea hay que saber qué está pasando. Y eso implica obtener información de fuentes diversas, de medios de comunicación serios, veraces y plurales, y no limitarse a una burbuja informativa, a chats telefónicos en los que todos opinan igual o a las cuentas de Twitter que solo reafirman lo que queremos oír.  

Defender las propias ideas con firmeza no implica ser agresivo. Hay que hablar de forma directa –para que los respeten y para que quede claro lo que opinan–, pero sin perder los nervios, que no solo es de mala educación sino también un signo de debilidad. Hay que dejar hablar a los demás, sin interrumpir, sin suspirar, sin muestras de desagrado, y luego, en un tono amable, explicar por qué se discrepa y cuál es la propia opinión. Y es muy importante cuidar el lenguaje no verbal: si no se está en absoluto de acuerdo con lo que está diciendo la persona que habla, es comprensible en algún momento mover la cabeza en señal de disgusto o entornar los ojos o fruncir los labios, pero no hacerlo todo y a la vez.  

En una charla entre varios, es fácil que surjan diversos temas con los que no se está de acuerdo, pero hay que elegir bien si vale la pena intervenir y en qué momento hacerlo, para no salir damnificado o parecer el clásico gruñón que siempre va a la contra. Desde luego se pueden poner límites respecto a opiniones que uno no esté dispuesto a tolerar, por ejemplo sobre el racismo o la violencia de género, pero en algún momento la mejor estrategia puede ser apartarse del grupo y salir a tomar el aire.  

 El mejor propósito en una conversación es escuchar el doble de lo que se va a hablar. Es una vieja regla, pero muy útil cuando hay posiciones discrepantes. Escuchar al interlocutor no significa esperar el turno para saltarle al cuello y soltar el discurso habitual. Hay que intentar mantener la moderación. Ante una escalada retórica de cualquiera de los presentes, mejor echar el freno. Al fin y al cabo, el placer de la oratoria es buscar argumentos para defender una opinión y la contraria. Lamentablemente, lo que suele ocurrir es que la discusión se pervierte: ante una opinión contraria la tendencia es radicalizar la propia para contrarrestar. Nunca se es tan soberanista como cuando se discute con una ideología. Y a la inversa. 

 

GOTITAS DE AGUA: 

Creo que estas conversaciones lo que van a dar es precisamente enmarcar la cancha. ¿En qué cancha está la ciudadanía? Los sentimientos y las emociones que tenemos los mexicanos ya han sido ampliamente expresados: desconfianza, desesperanza, mucho miedo, mucha incertidumbre. Esas han sido como una serie de emociones que han ido incrementándose. Entonces, en medio de esas emociones, ¿cómo podemos sembrar esperanza? ¿Cómo podemos decirles a los políticos cuál es la cancha donde se encuentran los ciudadanos en términos de los grandes temas del país y de las grandes agendas que hay que mover?  

Uno pensaría, por ejemplo, que una agenda obvia es la de educación, la salud, la economía, o una agenda social. Creo que esas son cosas que pueden ir saliendo de ahí y que son llamados de atención de hacia dónde tenemos nosotros también que enfilar las acciones del Estado. Pues una voz tan fuerte de los ciudadanos que logremos convencer a los políticos de que por ahí hay un camino, y de que para hacer oír la voz de los ciudadanos no solamente está la vía de ir a las movilizaciones, que son muy importantes y que es un derecho ciudadano, pero que muchas veces no todos se sienten identificados con las agendas que salen en las marchas. Entonces, creo que es marcar un poco la cancha y ojalá hacer que sea un ejercicio tan potente, tan representativo, que logremos que los políticos nos oigan y oigan a la ciudadanía. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el próximo Lunes”…