Comenzaré esta historia trastocando lo más sensible. La crítica a veces suele ser en ambas direcciones. A poco no se sienten hartos de todo lo que sucede en nuestro entorno, sin duda flagela el cúmulo de sangre y odio tanto de “izquierda o derecha”, no se dan cuenta que lejos de la gobernabilidad e ingobernabilidad generada en nuestro sistema geopolítico se ha alejado a tal grado que los intereses están por encima del orgullo, del placer, de la poca relatividad, sin embargo, sé que a pesar de la insignificancia de mi país y de lo ocurrido el pasado jueves en mi querido Culiacán, marca una cruel diferencia en la que estamos postrados en una auténtica debilidad social, que no tiene poderío militar, ni político, ni económico, ni mucho menos atómico, todos ustedes esperan con interés el voto, y con ello el triunfo de un color bajo condiciones utópicas. Queridos lectores y sociedad en general, no pretendo cambiar el rumbo de México ni mucho menos cambiar la forma de pensar, pero me preocupan tantas cosas que nos están desvirtuando de los principios básicos, estamos pasando un momento crucial en que nuestro país y la humanidad se enfrentan a la misma humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hambre científica e intelectualmente, es un gigante, pero moralmente es un pigmeo. Me preocupa la insaciable locura en la que jugamos un papel nefasto y beligerante, tanto que la realidad impera y la zozobra acongoja. La opinión está tan profundamente dividida en ambas direcciones aparentemente irreconciliables, que dado al singular caso y en magnitudes de horror y adversidad estamos expuestos ante una gran báscula: con un platillo ocupado por los intereses totalitarios y con otro platillo ocupado por la idiosincrasia. Y aquí estoy escribiendo estas líneas en “modo consternación”, y según donde yo me posicione tanto de “derecha o izquierda” ridiculizaré la demagogia y la debilidad misma de la democracia. ¿No creen ustedes que estamos a punto de una inflexión? No considero justo que “chairos y fifís” estemos provocando que nuestro país, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen político y económico que no es de su agrado, solamente porque un frívolo personaje, sea ese almirante que derrocha errores injustificados, y que después por intereses de nuestros vecinos del norte seamos tan vulnerables y entreguistas, claro, entiendo ese término, pero la vida misma nos ha enseñado a fortalecer ideas, análisis, decisiones y esa magia para llegar a cada ser humano y pedirle “YA BASTA”. Hoy más que nunca necesitamos reflexionar y darnos cuenta que tanto el gobierno federal y local en Sinaloa le urge detener esta ola indómita. Insisto que hablo de entendimiento social y no de ideas ni doctrinas. Para mi todas las ideas son respetables, aunque sean “ideítas o ideotas”, aunque en mi radicalidad no coincida y no esté de acuerdo con ellas. Lo que piense usted querido lector no está sujeto a polemizar, eso no impide a que todos por una vez en la vida estemos de acuerdo con algo. Todos creemos que nuestra manera de ser, nuestra manera de vivir, nuestra manera de pensar y hasta nuestro modito de andar son los mejores; y el chaleco se lo tratamos de imponérselo a los demás y si no lo aceptan decimos que son unos tales y unos cuales y al ratito andamos a la greña. ¿Ustedes creen que eso está bien? Tan fácil que sería la existencia si tan sólo respetásemos el modo de vivir de cada quién. Hace más de un siglo ya lo dijo una de las figuras más humildes pero más grandes de nuestro continente: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Con humildad debemos de luchar por derribar la barda que nos separa, la barda de la incomprensión, la barda de la mutua desconfianza, la barda del odio, el día que lo logremos podemos decir que nos volamos la barda. Pero no la barda de las ideas, ¡eso no!, ¡nunca!, el día que pensemos igual y actuemos igual dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas. La izquierda quiere imponer por la fuerza de la razón sus ideas y su sistema político y económico, hablan de libertades humanas, pero yo les pregunto, ¿Existen esas libertades de no mentir, no robar y hasta de hablar de pacificación? Dicen defender los derechos del pueblo, pero sus propios obreros de Morena caminan sin rumbo, hablan de pacificación universal al alcance de las masas pero encarcelan a sus detractores porque no comulgan con sus ideas y se atreven a decir la verdad. No Morena, la verdad yo no puedo estar con ustedes debido a la fuerza de su naturaleza. La derecha en nuestro país provocó sin duda una erosión brutal y despiadada, porque también son medio soberbios, como si el mundo fuera de ustedes y los demás tienen una importancia muy relativa, y aunque hablan con juicios sustantivos y datos de precisión, a veces también pretenden imponer la fuerza de la palabra, por la fuerza del dinero. Yo estoy de acuerdo con ustedes en que debemos luchar por el bien colectivo e individual, en combatir la miseria, corrupción y resolver los tremendos problemas de la vivienda, del vestido y del sustento. Pero en lo que no estoy de acuerdo con ustedes es la forma que ustedes pretenden resolver esos problemas, ustedes también han sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del espíritu pensando sólo en el negocio, poco a poco se han ido convirtiendo en los acreedores del país y por eso la sociedad los ve con desconfianza.
GOTA Y CHISPA:
El día en que cambiemos nuestra forma de pensar, resolveremos nuestros males, porque tener automóviles, refrigeradores, aparatos de alta tecnología, y yo pregunto, ¿Para qué queremos automóviles si todavía andamos descalzos?, ¿Para qué queremos refrigeradores si no tenemos alimentos que meter dentro de ellos?, ¿Para qué queremos tanques y armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos? Debemos de pugnar para que el hombre piense en la paz, pero no solamente impulsado por su instinto de conservación, sino fundamentalmente por el deber que tiene de superarse y de hacer de México y el mundo una morada de paz y de tranquilidad cada vez más digna de la especie humana y de sus altos destinos. Pero esta aspiración no será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social. Es verdad que está en manos de todos nosotros, de los países poderosos de la tierra, el ayudarnos a nosotros los débiles, pero no con dádivas ni con préstamos, ni con alianzas militares. Ayúdennos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas, ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica... pero no para fabricar bombas sino para acabar con el hambre y con la miseria. Ayúdennos respetando nuestras costumbres, nuestra dignidad como seres humanos y nuestra personalidad como país por pequeños y débiles que seamos; practiquemos la tolerancia y la verdadera fraternidad, que nosotros sabremos corresponder, pero dejen ya de tratarnos como simples peones de ajedrez en el tablero de la política internacional y local. Reconózcannos como lo que somos, no solamente como clientes o como ratones de laboratorio, sino como seres humanos que sentimos, que sufrimos, que lloramos. Consecuentemente dirijo este mensaje como ciudadano, como un hombre libre, como un hombre cualquiera pero que, sin embargo, cree interpretar el máximo anhelo de todos los hombres de la tierra, el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libre, el anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor en el que reine la buena voluntad y la concordia. Y que fácil sería queridos lectores y sociedad en general, lograr ese mundo mejor en que todos los hombres blancos, negros, ricos y pobres pudiésemos vivir como hermanos. Si no fuéramos tan ciegos, tan obcecados, tan orgullosos, si tan sólo rigiéramos nuestras vidas por las sublimes palabras que hace dos mil años dijo aquel humilde carpintero de Galilea, sencillo, descalzo, sin frac ni condecoraciones: “Amaos los unos a los otros”, pero desafortunadamente la “derecha y la izquierda” y nosotros mismos como sociedad hemos confundidos los términos, ¿Y qué es lo que hemos hecho? Respóndanme. “Nos vemos Mañana”…