Tenemos todo, pero falta actitud y voluntad hacia la sociedad, para que despierte el entusiasmo por volver. Me explico: la leyenda aquella del monarca que se disfrazaba de mendigo y salía por las noches al vecindario a indagar lo que realmente opinaban de él sus súbditos. Con las modalidades del caso, debiera ser una práctica permanente para funcionarios, gobernantes o prestadores de servicios. Muchas veces, son los mismos subordinados que crean al gobierno en turno una insaciable ingobernabilidad y encono por los propios intereses personales.
¿Cómo se puede mejorar la gobernabilidad? Primero que nada, “si quieres hacer la paz, no hables con tus amigos; habla con tus enemigos”. A los amigos muy cercanos se les sacrifica. Así es la política. Uno lo hace, sin proponérselo, de manera cotidiana, y se encuentra uno que personal que atiende al público, sea en una dependencia de gobierno o en un establecimiento comercial, por lo común brinda un trato muy negativo, a veces hasta hostil. Solo por excepción se encuentra uno lo contrario, personas que se esmeran en atender, ofrecer información, un servicio, disipar dudas. ¿Qué revela esto? Entre otras cosas, que el titular responsable o dueño, o no está al frente de su responsabilidad o negocio, o no le pone el menor cuidado a este aspecto fundamental de su quehacer público. En el caso de los comercios es evidente que los dueños desdeñan este aspecto clave en su negocio, hasta pareciera que no les interesa realmente ganar dinero. En el aparato de gobierno sucede lo mismo, pareciere que algunos funcionarios de primer nivel poco le interesan la gobernabilidad y los equilibrios.
Es común toparse con empleados y funcionarios que ven como una molestia atender a una persona que entra y pregunta por algo con el deseo de comprar o contratar, o bien, dar solución a un problema interno en los tres órdenes de gobierno. Lo ven como un intruso que llega a importunar su llevadero trabajo. Alguien que interrumpe su descanso. A veces con desdén le contestan, o le muestran una carta de servicios, o le responden con monosílabos, o desean que a la brevedad se salga. Es muy común el gesto adusto, la respuesta por no dejar, o el lenguaje corporal que le dice a uno “mire, por favor no moleste, interrumpes mis planes políticos”. Muchas veces, es la propia actitud, la avaricia y elitismo del mismo funcionario lo que provoca un mal desempeño al cargo que ostentan, y por otro lado, generan inestabilidad al gobierno en turno. Es evidente que los dueños jamás han enseñado a su personal a sudar la camiseta, a meterles en la cabeza que, quien llega con actitud de comprar algo, les lleva dinero y de ese modo está asegurando empleos, ingresos, sustento, pero, sobre todo, estabilidad gubernamental. Pasa lo mismo en la máxima tribuna del gobierno.
Un ejemplo muy claro: cierta ocasión entré a un restaurante y un mesero mostró un desempeño excepcional, se desvivía por atender, solícito en todo. Trataba al cliente independientemente su extracto social o condición política opositora casi como invitado especial a su casa. Al final, preguntándole la razón de su gratísima actitud, respondió algo así como: -mire usted, no lo hago tanto por lo que me pueda dar de propina, sino para que regrese, porque así yo conservo mi trabajo… y de paso, se genera paz hacia un gobierno. Es una gran verdad que pareciera no importar en absoluto a los gobiernos o dependencias u subordinados. Ocurre lo contrario, ciertamente, pero más como excepción que como norma o diplomacia política. Me tocó conocer a un funcionario público que era francamente la estrella del mismo. El rostro sonriente todo el tiempo, diligente, resolviendo cualquier cosa de inmediato, ejecutivo; él mismo con el ánimo resuelto a superar cualquier problema y un plus: dispuesto a atender todo asunto aún fuera de su incumbencia pública. Aquel era un funcionario de primer nivel. Atento, amabilísimo, sonriente, que con tacto y distancia casi adivinaba tu problema a tratar. El jefe de gobierno, hombre maduro, juicioso en lo suyo y a la vez respetuoso y motivador hacia sus subordinados, pero eso no quiere decir, que no existan diferencias ideológicas. A mi criterio, no se les debe de olvidar que la propina se trabaja. Y para los subordinados deberían considerar, que la gobernabilidad también se trabaja.
GOTITAS DE AGUA:
En conclusión: cuando se habla de esto se suele escuchar la necesidad de una campaña gubernamental para infundir ese espíritu de amabilidad y servicio de los prestadores de servicios. Pero a mí siempre me ha parecido que una campaña se refiere a algo temporal, con un principio y un fin, y creo que esto debiera ser siempre, no temporal ni de ocasión. Una tarea permanente, de penetración y convencimiento sistemático, de cursos y seminarios, de funcionarios y empresarios, y de ahí permear hacia todo el personal que atiende al público. Pero además con supervisión, seguimiento, evaluación, incentivos y reconocimientos. Hay ciudades en Sinaloa donde se aprecia, se siente y se disfruta de manera muy extendida esta actitud. No de unos, sino multiplicada y que llega a ser casi distintivo y que despierta los equilibrios y así generar estabilidad gubernamental. Me parece que, si hay voluntad entre los actores políticos de derecha e izquierda, nada es imposible. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el Lunes”…