Los populistas morenistas empoderados en Sinaloa buscan manipular los datos oficiales y dirigir la indignación hacia la oposición. A mi criterio la lucha por el poder no se caracteriza por ser escrupulosa. La democracia es un buen acuerdo para que su disputa y distribución se dé conforme a reglas, aceptando el derecho de la pluralidad a competir y que sean los ciudadanos quienes diriman con su voto la contienda; pero ésta nunca ha sido entre ángeles: cada parte busca sacar ventaja en los márgenes que establece la ley y no falta quien vaya más allá de ellos. Mucho se ha hablado de los líderes populistas que tras ganar la elección se dedican a desmontar las condiciones que les permitieron hacerse del poder, pero ese fenómeno tiene su correlato en un ánimo social que ha crecido junto al desgaste de valores liberales que han robustecido la democracia. No es casual que opciones anti sistémicas estén triunfando en diversas latitudes del planeta ni tampoco que gobernantes autoritarios mantengan altos niveles de popularidad y sean reelectos con votos. Esto podría parecer contradictorio, pero no lo es. La híper - comunicación del Siglo XXI ha generado sociedades más exigentes, atentas a la vida política y cuya inconformidad se amplifica. En democracia, el gobierno no controla la información pública y cada mala decisión, falla o escándalo de corrupción que se devela lo sacude. Así que resulta sencillo responsabilizar a los gobernantes de los males del país para que se les castigue en las urnas. Pero para que no les suceda lo mismo, los populistas empoderados buscan discriminar y manipular los datos oficiales, amedrentar a la prensa y dirigir la indignación hacia la oposición. Si les funcionó en campaña la confrontación, quieren mantenerla en el gobierno. El odio se usa como arma electoral porque hoy es rentable, aunque ponga en riesgo y pervierta la democracia. Sigue imperando lo que Maquiavelo analizó sin el velo de la retórica moralista que oculta la descarnada ambición política: conquistar el poder, concentrarlo y perpetuarse en él. Si la enojada ciudadanía es la que decide, a ella se le habla, cautiva y dirige. Alguien tiene que cargar con la culpa de su insatisfacción o de que siga incumplida la promesa de su felicidad. El líder populista siempre está en una batalla épica contra “el enemigo del pueblo”, se identifique a éste por su ideología, raza, religión o clase social. Tiene a su base en tensión permanente, lista para movilizarse. Lanza una guerra discursiva contra los otros sin hacerse cargo de las reacciones secundarias. La democracia se construye bajo el supuesto de que la discrepancia es legítima, que gobernando unos u otros se mantiene una base común que nadie modificará unilateralmente. Aunque su elemento emblemático es el voto que divide, lo que la hace funcional es el diálogo que suma construyendo acuerdos e incorporando a las minorías. Pero eso no se compagina con una narrativa maniquea que identifica al mal y la inmoralidad con los adversarios. Difícil garantizar la coexistencia pacífica con los “responsables de la ruina del país” y nadie puede asegurar que la agresión se quedará en palabras. En la estrategia bélico-electoral no importa la verdad, sino la victoria, todos son emplazados a tomar partido y cualquier crítica de los propios es vista como traición. La neutralidad es cobardía inaceptable, el Estado debe servir únicamente al grupo gobernante y los medios de comunicación son orillados a glorificar la gesta histórica auto asignado o padecer el estigma lanzado desde el poder.
GOTA Y CHISPA:
La disponibilidad de armas en Estados Unidos facilita que el discurso xenófobo del mandatario se traduzca en hechos sangrientos. Los mexicanos fuimos en El Paso blanco explícito de un extremista texano que creyó aquello de la “invasión hispana”. Hay que condenar el discurso que lo provocó, pero haciéndonos cargo que el gobierno de López Obrador adoptó por presiones la política antiinmigrante de Donald Trump. Condenar el odio, pero poner la Guardia Nacional a su servicio es incongruente. En México no hemos llegado a esos extremos de violencia política, pero es innegable el discurso de odio promovido desde el poder y que algunos responden en sus mismos términos. Ya hablan de conspiraciones para explicar falta de resultados. Malos augurios. En Sinaloa que forma parte de una aldea en el país es importante decirles a los morenistas que continuar generando odio se puede revertir, ya que la sociedad está inmersa, lo cual saliendo a votar la ciudadanía podría jugar en su contra. “Al tiempo”. “Nos vemos Mañana”…