¿Necesitamos que gobiernen los sabios?
Por Benjamín Bojórquez Olea 06 Octubre 2023
Sobre el camino
Los partidos políticos tienen una guía por el poder que jamás ocultan, se muestran mermados ideológicamente y entre todos, le han propinado una verdadera paliza a la ética. Evidentemente la política es un asunto terrenal, de hombres y mujeres y no dioses, solo que los desfiguros se multiplican para que tengamos élites onerosas, opacas como decadentes.
El bienestar de la humanidad debe consistir en que cada uno goce el máximo de la felicidad, que pueda, sin disminuir la felicidad de los demás. (Aldous Huxley).
Leo a Nietzsche y siento un nudo en el estómago.
Su profundo antinihilismo me lleva a cuestionarme la trágica, decadente y desesperada actitud de la humanidad de estos tiempos.
Para Nietzsche, la fe ciega en la religión es igual de peligrosa y falaz que la fe ciega en la ciencia, simplemente es un cambio de Dios, pero igual de engañosa. Es necesario afirmar la vida, no negarla.
El gran filósofo alemán, con gran claridad argumenta: "La política divide a las personas en dos grupos; los instrumentos y, en segundo lugar, los enemigos". Estamos siendo testigos de una crisis brutal en la democracia, varios de mis escritos han estado dedicados a esta reflexión, donde tiranos, mentirosos y demagogos surgen como hongos venenosos en el planeta.
La aristocracia de Platón y Aristóteles hace referencia, primariamente, al sistema político encabezado por personas de elevada virtud, experiencia vivencial, capacidad intelectual y sabiduría. Eso, hasta el día de hoy, se ve sumamente lejano. Han existido esfuerzos, pero estamos distantes de ese por venir, donde nos gobiernen y dirijan "los más sabios".
Con sus respetables excepciones, las oligarquías actuales, al igual que la mayoría de los gobiernos, son una perversión de esa idea de "aristocracia aristotélica". Al ignorar o subestimar la comprensión de la existencia misma son, en gran medida, corresponsables, de la situación actual del planeta.
Leo a Tocqueville y me asalta una jaqueca espantosa. Estamos viviendo un mundo inmensamente rico y al mismo tiempo, paradójicamente, de gran pobreza espiritual.
Cuando menciona el ilustre historiador francés: "La salud de una sociedad democrática se puede medir por la calidad de las funciones realizadas por los ciudadanos privados", damos cuenta de que estamos siendo, casi todos, estúpidamente indiferentes a lo que está pasando.
Leo a Baudelaire, se me inflama el corazón.
Los necios, los torpes, los tontos, los soberbios infiltran en sus venas y alma el peor de las depravaciones. Como dice el "poeta maldito" el más irreprochable de los vicios es hacer el mal por necedad. Nos invita a soñar. "La capacidad de soñar es una habilidad divina y misteriosa". Y nos empuja a descubrir la soledad.
Porque el "maldito poeta" sabe que, si no tenemos los cojones de enfrentarnos a nuestro propio Satán, a nuestros demonios, no lograremos comprender jamás qué destinos se nos ofrece. Aunque vayamos dando tumbos. Aunque caigamos mil veces, la soledad nos espera paciente.
"Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo entre multitud atareada". Porque ante esa sed insaciable de vanidosa acumulación de riquezas pasajeras, no importará que sea un “Ángel de Dios o de Satán”, la aciaga muerte nos espera, estoicamente.
GOTITAS DE AGUA:
Y, finalmente, cuando leo a Huxley y siento una patada en la espinilla. Expone el filósofo británico con fina elegancia: "Si muchos de nosotros seguimos ignorándonos, es porque el autoconocimiento es doloroso y preferimos el placer de la ilusión". ¿Dónde nos encontramos parados? O, mejor dicho, ¿dónde estamos derribados? Entonces, ¿necesitamos que nos gobiernen los sabios? “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos el Lunes”…