Opinion

PASADO Y PRESENTE

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Por Benjamín Bojórquez Olea 17 Enero 2019

SOBRE El CAMINO

En las últimas tres décadas se produjeron cambios profundos en la política y la economía mundiales. A diferencia del período de la posguerra, donde prevaleció la competencia entre dos grandes superpotencias, el fin de la guerra fría abrió el paso a una estructura mundial diferente. El colapso de la Unión Soviética y la descomposición de su esfera de influencia dieron comienzo a una etapa de unipolaridad, que posicionó a Estados Unidos como superpotencia política, económica y militar. Académicos e intelectuales vaticinaban un nueva era: el Imperio americano. Una fase de supremacía del poder estadounidense, con el dominio en todos los órdenes y en todas las regiones del planeta. Otros analistas –aquellos quienes sostienen que siempre prevalece el equilibrio de poder- apostaban a Europa y Japón como las potencias que terminarían balanceando a Estados Unidos. Nada de eso ocurrió. La historia nos mostró otro rumbo. La globalización emergió como nuevo paradigma explicativo. Los debates sobre el impacto de las comunicaciones, la información, los flujos económicos y migratorios, apoyados en la revolución tecnológica y digital, dieron un giro en la comprensión de los asuntos globales. La inteligencia artificial es ahora el vector que nos conduce al futuro y nos plantea interrogantes políticos y económicos a nivel estatal y supraestatal. En estos treinta años vimos la expansión de la Unión Europea -incorporando a los países de Europa del Este- y el riesgo de su fragmentación –Brexit mediante.- Ascenso y posible caída del proyecto más ambicioso de integración regional. Aquel primer momento unipolar coexistió con la apariencia de un orden mundial más pacífico y estable. Ese “fin de la historia” coincidía con una ONU fortalecida, dispuesta a garantizar la seguridad internacional. Las operaciones de paz evolucionaron, ampliándose en su alcance y cometido. Pero la ilusión duro poco. Las tensiones contenidas durante la guerra fría estallaron en la crisis de los Balcanes. Guerras civiles como la de Somalia derivaron en dramas humanitarios. Los conflictos intraestatales (luchas tribales) reemplazaron a los interestatales. Surgieron los “estados fallidos” como nuevo fenómeno político. El terrorismo internacional, que en los años 90 propinó ataques aislados, se expandió en septiembre de 2001 con atentados coordinados en Nueva York, Pensilvania y Washington. Luego le siguieron Madrid, Londres y otras ciudades europeas, hasta convertirse en una amenaza latente en todas las potencias occidentales. El gobierno norteamericano respondió con invasiones a Afganistán e Irak y con la doctrina de la guerra preventiva. De ahí en más, el terrorismo se transformó en la principal amenaza a la seguridad internacional. En la economía mundial también sucedieron cosas. El capitalismo ganó la batalla. Se volvió un modelo casi universal, pero con variantes: el capitalismo democrático liberal (EEUU) y social (Europa); el autoritario competitivo (Rusia, Sudeste Asiático); y el burocrático estatal (China, Vietnam). Aunque estas variantes enfrentan distintos desafíos, ninguna desaparecerá ni prevalecerá sobre las demás en las próximas décadas. Coexisten pero tienen dificultades para la coordinación y la gobernanza global. Por eso también se aceleraron las crisis cíclicas del sistema: efecto tequila, crisis asiática, crisis rusa, de las puntocom, hasta la crisis financiera de 2008. Ahora el modelo se ha vuelto más inestable con la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Otras dos grandes transformaciones. La primera es la convergencia hacia un estándar económico global. Cada vez en menos tiempo, más naciones (especialmente asiáticas) pasan a etapas de desarrollo superiores, ampliando las clases medias globales, según evidenció el Nobel Michael Spence. La segunda es que la globalización ha permitido el crecimiento del bienestar pero ha profundizado la desigualdad. Como lo demostró Branko Milanovic, en el periodo 1988-2008 la globalización logró aumentar los ingresos de los sectores bajos, sacando a millones de personas de la pobreza, elevó el bienestar de las clases medias de los países emergentes, pero también aumentó los ingresos de los más ricos, la elite mundial. En cambio, las grandes perdedoras de la globalización fueron las clases medias de las economías desarrolladas, cuyos ingresos no prosperaron en absoluto. Ellas fueron las perjudicadas por la distribución desigual del crecimiento de los ingresos. Y la desigualdad se profundiza cada vez más. En 2016, el 1% de la población mundial se quedó con el 27% del crecimiento global, mientras que el 50% de población más pobre sólo obtiene el 12%. Allí hay un germen del descontento social y de la crisis de las democracias avanzadas.



GOTA Y CHISPA:


Ahora vayamos a otros cambios más recientes que nos prefiguran escenarios futuros. Se confirma la transición gradual de la estructura de poder mundial. Ya no se discute el ascenso de potencias emergentes como China, y quizás India, que disputarán a largo plazo la supremacía norteamericana. Tampoco sorprende el deseo de Rusia de retornar al centro del escenario mundial. Somos testigos de una rotación del eje de poder mundial del Atlántico al Pacífico. ¿Qué pasará con América Latina? ¿Cómo la afectarán estos cambios? No podemos afirmarlo con certeza. Tendremos que observar estas tendencias en las próximas décadas. Casi un privilegio histórico para los analistas internacionales. Es posible que nada pueda resultarnos más apasionante que esto. “Digo”. “Nos vemos Mañana”…