El día de ayer el mundo fue testigo de la decisión del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de intentar poner fin al gobierno vicenal de izquierda en Venezuela. En medio de la incertidumbre política por esta maniobra, Trump y, por lo menos, alrededor de quince jefes de estado de diversos países, reconocieron al Presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino.
“Todas las opciones están sobre la mesa” señaló el presidente norteamericano, refiriéndose a que el país anglosajón contempla dentro de sus opciones realizar una intervención militar en Venezuela en caso de que Nicolás Maduro se niegue a entregar el poder. Trump va por Maduro.
Los últimos 35 días han sido complicados para el magnate Trump luego que decidió cerrar parcialmente las oficinas del gobierno federal. Ayer mismo también cancelaba su discurso anual sobre el Estado de la Unión hasta que finalice el cierre administrativo. En medio de una baja aprobación y popularidad que ponen en duda su reelección, Trump decidió lanzar este misil contra el gobierno venezolano, quizá alentado también por acrecentar de nuevo su nivel de aceptación.
Nadie podría negar que ante la falta de medicamentos, el hambre, la inseguridad, la corrupción, el hartazgo social de los venecos, adicional a las marchas recurrentes de un pueblo cansado que ha sido oprimido por la dictadura, hoy tiene entre sus manos la oportunidad de librarse del régimen opresor. Pero las opiniones están divididas: hay quienes ven una grave intromisión de los Estados Unidos en la soberanía de Venezuela, mientras que otros aplauden la valentía de Trump por encabezar el cambio, aunque ello conlleve a los intereses petroleros que Estados Unidos siempre ha tenido sobre este país latinoamericano.
Imágenes de miles de venezolanos llenando las calles gritando por su libertad, recuerdan en la historia moderna el reciente golpe de Estado que se dio en Egipto en 2013, también un miércoles en contra del entonces presidente Mohamed Morsi quien de inicio se negó a entregar el poder. En respuesta, el ejército apoyó la concentración civil y el jefe de las Fuerzas Armadas de Egipto, Abdul Fatah al-Sisi lanzó un ultimátum al gobierno para responder a las demandas del pueblo egipcio. Morsi se declaró ante los medios como “Presidente Legítimo” y acusó que el golpe de Estado quería derrocar a la democracia.
Vencido el ultimátum, el ejército tomó el control de los puentes, carreteras, televisoras, oficinas de gobierno, la residencia oficial, y el palacio de gobierno, entre otros. Morsi fue detenido y conducido al Ministerio de Defensa de Egipto, y posteriormente a una cárcel de máxima seguridad en medio del desierto, donde permanece condenado a cadena perpetua.
Los seguidores de Morsi se apersonaron también en las calles para defender a su líder, lo que ocasionó un choque entre el Ejército y los civiles que derivó en, por lo menos, 700 muertos. Se declaró el Estado de Emergencia, y el nuevo presidente interino, Adil Mansur, nombró al nuevo gobierno. El entonces presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, llamó a la moderación de las partes, mientras su homólogo ruso, Vladimir Putin, instaba al país a evitar una guerra civil.
Hoy Venezuela enfrenta un caso similar al de Egipto, con la diferencia de que el presidente Trump va por todas las canicas. A diferencia del país africano, el ejército en Venezuela está dividido. Por un lado, el Ministro de Defensa, Vladimir Padrino, ha respaldado a Maduro y rechaza el nombramiento de Guaidó como presidente interino. Los militares no aceptarán “a un presidente impuesto a la sombra de oscuros intereses” ha declarado. Por otro lado, un general de División del Ejército, Jesús Alberto Milano Mendoza, ha invitado a todas las fuerzas armadas a marchar y a manifestarse pacíficamente en contra del presidente Maduro.
La moneda está en el aire, mientras que Trump llama a sus diplomáticos a permanecer en Venezuela, y Maduro les da un ultimátum de 72 horas para abandonar el país. Por su parte, la Unión Europea ha evitado reconocer a Guaidó como presidente interino. “No vamos a hacer seguidismo de nadie” declaraba Josep Borrell, Ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Europea.
Mientras tanto, los gobiernos de México, Rusia, Bolivia, Cuba y Turquía seguían reconociendo a Nicolás Maduro como Presidente de Venezuela. El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, se escudó en lo que señala el artículo 89 fracción décima de nuestra Constitución sobre los principios normativos de autodeterminación de los pueblos, la no intervención, y la solución pacífica de controversias en materia de política exterior.
Si existiera una intervención militar por parte de los Estados Unidos, o si el ejército venezolano decide unirse a la causa civil, los días de Nicolás Maduro al frente del gobierno venezolano están contados. So pena de terminar encarcelado y condenado a cadena perpetua por las constantes violaciones a los derechos humanos, el dictador parece que pudiera correr con la misma suerte que el ex presidente egipcio, Mohamed Morsi.
Lo que debe evitarse a toda costa, como ya lo decía Putin en el contexto egipcio, es una guerra civil en Venezuela y una posible oleada de muertos. De ahí que la estrategia de Donald Trump no puede fallar. Ya se metió en esto, ya reconoció a otro gobierno, ahora a terminar lo que ya comenzó: la liberación de la dictadura. Aunque sea criticado por sus intereses sobre aquel país, por primera vez, en lo personal, le aplaudo esta decisión. Ojalá y pronto veamos de nuevo a una Venezuela libre y democrática, como lo era antes.