Opinion

UNIDAD HELIOCÉNTRICA Y LA SUBVERSIÓN DEL FEDERALISMO A TRAVÉS DE LOS INTERESES POLÍTICOS

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Por Ricardo Fuentes Lecuona 08 Agosto 2022

Así las Cosas

El federalismo, como forma de organización política, es un principio intrínseco del Estado Mexicano. La doctrina que busca nivelar el poder central y el poder de las entidades es uno de los muchos ideales de nuestro país que, desafortunadamente, funcionan más como un deseo utópico, que como una realidad actual. Desde la concepción del México moderno con la Constitución de 1917, el país ha existido bajo una realidad contradictoria y una organización hipocrítica. Nuestro característico hiperpresidencialismo ha funcionado como el talón de Aquiles de los ideales y metas del sistema federal Mexicano. Fundado y afinado a favor del régimen presidencial del siglo XX, el sistema político Mexicano siempre ha favorecido los intereses del Ejecutivo Federal, sobre los de las entidades. Este hecho es fruto de las reglas no escritas del juego político entre los Gobernadores y el Presidente de la República. Durante la era del priismo hegemónico, las gubernaturas jamás fueron utilizadas como una herramienta de representación regional, ni mucho menos como un contrapeso ante el Gobierno Federal, sino que los gobernadores tricolores del siglo XX utilizaban dicha institución como una plataforma para el enriquecimiento personal, aspirar a la presidencia, o simplemente funcionar como un engranaje más dentro del sistema presidencial. Esta realidad cambia en los años 80, con la llegada de los primeros gobernadores de oposición, quienes sí utilizaron el poder de sus entidades en resistencia al Gobierno Federal. Sin embargo, quieran admitirlo o no, el Partido Acción Nacional traicionó a sus ideales federalistas con su llegada a la presidencia, particularmente durante el sexenio de Felipe Calderón. Ahora que la pelota era suya, pero sin el monopolio político en el Congreso ni los estados, los papeles fueron invertidos, con los representantes y gobernadores priistas actuando en oposición e intentando obstaculizar al Ejecutivo Federal. Bajo esta realidad, la política del Gobierno Federal Panista resultó favorecer a las entidades con gobernadores de éste partido e ignorar a aquellas que diferían. Este “con los míos juego bien y con los otros no” generó cierta dependencia de los estados azules con la Federación y mucha animosidad entre los estados tricolores y ésta. Este sistema no fomentó, ni mucho menos fortaleció los ideales del federalismo, ya que al existir gobiernos estatales diversos, sus intereses no fueron alineados con la representación de sus regiones, sino con los del Gobierno Federal, en el caso de los Estados panistas y en contra de los del Gobierno Federal, en el caso de los Estados priistas, pero jamás a favor de sus respectivas poblaciones. En contraste, el sexenio de Enrique Peña Nieto fue uno en el que los gobernadores definitivamente ejercieron la autonomía que el sistema federalista les permite, sin embargo, ésta fue completamente abusada y deformada a favor de sus egoístas y avariciosos intereses. Nombres como César y Javier Duarte, Humberto Moreira, Mario López Valdéz, Guillermo Padres Elías y Roberto Borge, son notorios por sus descarados actos de corrupción y endeudamiento ocurridos tanto a las espaldas, como bajo el consentimiento del Gobierno Federal. Este descontrol y mal uso de sus facultades autónomas propició la toma de medidas para limitarlas, y reforzar de nuevo al gobierno central, particularmente en materia de política monetaria y deuda pública. Así como niños chiquitos, los Estados perdieron sus privilegios por pasarse de listos al usarlos de una forma tan irresponsable. Con la llegada de López Obrador, el juego político de las Entidades y la Federación implica más de lo de antes, los Gobernadores y Gobernadoras morenistas son tal vez los menos independientes desde los años 60s, funcionando prácticamente como simples embajadores del Presidente en sus estados. El Gobierno Federal juega limpio con los estados guindas y sucio con el resto, mientras que los gobernadores y gobernadoras de oposición buscan sólo eso, oponerse. Esto ocurre más palpablemente en el poder legislativo, dónde en lugar de representar los intereses reales de las personas que los elegimos, los miembros de las cámaras simplemente acatan las órdenes de sus respectivos partidos. Bajo un sistema tan moldeado a imagen y semejanza del viejo PRI, el federalismo Mexicano continuará sufriendo bajo los intereses políticos del Presidente y los líderes morenistas que se dedican a seguir ciegamente las órdenes del Ejecutivo Federal, mientras que la oposición busca, sobre todo lo demás, oponerse a cada acción, palabra y pensamiento de López Obrador. Tristemente, en México el pueblo no es el que manda, y tal vez nunca lo ha hecho, ya que siempre ha sido subvertido por los intereses de los partidos políticos y sus líderes, ya sean a favor o en contra, pero siempre con el Gobierno Federal en el centro. Sumemos a esto que las pocas ocasiones en las que se han ejercitado las facultades autónomas sólo han logrado debilitar aún más a la aplicación y credibilidad del modelo federalista, y quedamos con un sistema subvertido del cual recibimos muy pocos beneficios y un sinfín de problemas.