Opinion

Y, ¿Morena en Sinaloa?

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Por Benjamín Bojórquez Olea 27 Febrero 2020

SOBRE EL CAMINO

El titulo de mi columna de hoy es para que la sociedad sinaloense les haga esa misma pregunta a todos los que llegaron de forma indómita e histórica a ocupar un cargo popular debido al hartazgo de malos gobiernos derivado de tanta corrupción que han ocupado distintos personajes que se estacionaron en los Pinos. Digo esto, porque es interesante observar la conducta de los diputados federales y locales de Morena, senadores, presidentes municipales y delegados federales de Sinaloa, observo un abandono mediático de Morena, ya que prefieren esconderse para no ser entrevistados por la misma ineficacia del mesías de Macuspana, Tabasco. Algún pronunciamiento en defensa no hemos visto, mucho menos salir a la calle y recorrer todas las avenidas de sus distritos para hacer contacto ciudadano, en pocas palabras, se hacen tontos, pero aprovechan todas las dietas y salarios para llenar sus bolsillos. Ese discurso está muy alejado de la realidad, entonces que significa su silencio, ¿Acaso ya no defenderán a su Presidente de los Estados Unidos Mexicanos? Derivado de todo esto, les explico el por qué de las cosas… Los discursos terminan por agotarse. El ciudadano quiere encontrar salida a sus problemas, que en realidad son problemas de todos: servicios básicos, educación, seguridad, salud, empleo, bienestar, desarrollo y gobernanza. En algún momento, los discursos pueden usarse para paliar las penas de quienes sufren por la inseguridad, el desempleo y un tema tan delicado que es la salud. Tarde o temprano las víctimas demandarán algo más que “empatía” de la llamada clase política de Morena. Las encuestas dicen que Morena arrasa en Sinaloa, pero no se han percatado de un elemento sumamente importante, que diversas encuestadoras coinciden en que los indecisos van en aumento, lo que significa, que ese punto podría ser el peor enemigo de Morena no solo en Sinaloa sino también en el resto del país donde habrá elecciones en el 2021. Por otra parte, la derecha y los anti-amlo lo saben y creen que ha llegado el momento. Apuestan a que el feminicidio de una menor -aún sin conocerse a fondo el asunto- será el punto de quiebre de un gobierno que algunos aborrecen y que esperan ver caer o al menos fracasar. Los odiadores del señor Presidente huelen la sangre. Saben que no existen las condiciones para que el gobierno de López Obrador -o de cualquier gobernador que se quiera nombrar- haga valer la ley y con ello disminuyan a cuentagotas los índices de delincuencia e impunidad. El gobierno de López Obrador insiste en que ese no es su tema: que la transformación requiere tiempo, esfuerzo, centrarse en lo esencial y que las reformas que emprende la 4T son las adecuadas. Pero las señales que envía son extremadamente contradictorias. Por un lado, quiere acabar la corrupción, encarcela a Rosario Robles y a Lozoya. Por otra parte, no denuncia a Peña y protege a Manuel Bartlett. En el Tema de feminicidios, homicidios e inseguridad el discurso del Presidente tiene un cortocircuito: la realidad muestra que la violencia es rampante y que no es solo cuestión de voluntad y de lucha contra la corrupción, sino de políticas públicas bien aplicadas, a largo plazo, que puedan lidiar con el hartazgo. Otra pifia, el Presidente se equivoca. Que haya feminicidios e inseguridad no es solo una cuestión que pueden explotar sus adversarios, sino que es una realidad que impacta a su gobierno porque si no puede lidiar con el dolor del ciudadano y con los embates de sus adversarios, debería cambiar de discurso. Y, además, si los números siguen arrojando tragedias y violencia, de poco servirá la transformación que quiera impulsar. No puede haberla sin que cesen la impunidad y la violencia. Y no todo es cuestión de corrupción. Un juez que debe decidir 3,000 asuntos al año -y procesarlos- puede ser un juez corrupto, ineficiente o solo superado por el excesivo trabajo puesto a su consideración. Andrés Manuel cree que el bienestar florecerá con la muerte de la corrupción, pero hasta ahora no hay país en que esta haya muerto -es tolerada en mayor o menor medida- y, sobre todo, hay áreas que no solo dependen de cesar a los funcionarios corruptos. En otras palabras: al juez que se ve superado por el trabajo que debe realizar, habría que quitarle la excesiva carga de trabajo.

GOTA Y CHISPA:

Tal vez AMLO tenga un plan B, pero hasta ahora su apuesta principal tiene claroscuros. No conecta con los ciudadanos y sus acciones son adecuadas o terminan en bandazos. Parece no haber términos medios. Sus declaraciones magnánimas no son sino símbolo de un político que piensa que hablar menos del tema es bueno para su gobierno. Esa estrategia puede dar resultados, pero no en el largo plazo. Peña Nieto y Felipe Calderón incluso instaban a los medios -cómo olvidarlos- a no contar las historias horrorosas del narcotráfico que ganaba terreno en el país. López Obrador debería hacer algo distinto: aceptar que el crimen manda en muchas ciudades, barrios y colonias. Que la impunidad alienta a los machistas a delinquir contra la mujer. Y que la lucha contra la corrupción es el primer gran paso, pero solo el primero. Todo lo demás no sirve: porque el dolor de las personas es profundo y sus pérdidas son irreparables a causa de la inseguridad, la violencia y la impunidad. El presidente popular debe demostrar que también sabe dar resultados. Después de casi 15 meses en el gobierno, López Obrador puede aprobar en encuestas, aunque la realidad sigue siendo de muertes y violencia. Al menos una parte de la realidad. Esa, de la que el Presidente no quiere hablar. Quizá ese sea uno de los motivos de tantos por el por qué los morenistas sinaloenses mantienen su silencio, y empiezan a darse cuenta de su posible debut y despedida. “Nos vemos Mañana”…