Opinion

¡Zapata vive! ¡La lucha sigue!

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Por Ricardo Fuentes Lecuona 11 Abril 2023

Zapata es, posiblemente, el máximo representante de la causa agrarist

Así las cosas… “El campesino tenía hambre, padecía miseria, sufría explotación y si se levantó en armas fue para obtener el pan que la avidez del rico le negaba. Se lanzó a la revuelta no para conquistar ilusorios derechos políticos que no dan de comer, sino para procurar el pedazo de tierra que ha de proporcionarle alimento y libertad, un hogar dichoso y un porvenir de independencia”.

Pocas personas en la historia de la humanidad han alcanzado un estatus tan legendario como Emiliano Zapata Salazar, aquél célebre morelense que dedicó su vida a luchar vigorosamente contra las injusticias, la represión y la desigualdad.

Zapata es, posiblemente, el máximo representante de la causa agrarista. Su nombre, al igual que su imagen, son un símbolo de la batalla contra la explotación del proletariado agrario. El caudillo del sur es un sinónimo del reparto de tierras y el empoderamiento de las comunidades campesinas e indígenas. Su asesinato hace 104 años es análogo con aquella frase del poeta griego Sófocles: “Podrás matar al hombre, pero no a la idea”.

La muerte de Zapata en la hacienda Chinameca a manos de los constitucionalistas representó el fin de una vida, pero también el inicio de un legado histórico, social y político que siempre se mantendrá vigente en nuestra nación.

La realidad actual de nuestro campo es tan triste, tan precaria, tan inicua, que recordar el legado de Zapata es más importante que nunca. Los jornaleros agrícolas se enfrentan a problemas e injusticias no muy diferentes a las que Zapata juró destruir. Las condiciones de vida en las tierras de cultivo son profundamente precarias, el acceso a los servicios básicos de salud, energía, seguridad social y vivienda es difícil, sino imposible.

Los derechos sociales consagrados por nuestra constitución rara vez pueden ser ejercidos por el campesinado, y las autoridades, olvidando de dónde viene el pan en su mesa, continúan la larga tradición de ignorarlos.

Diría el mismo calpuleque “Tan hermosa conquista ha costado al pueblo mexicano un terrible sacrificio, y es un deber, un deber imperioso para todos, procurar que ese sacrificio no sea estéril” es inaceptable que una nación que por generaciones se ha jactado de sus tradiciones culturales, sus costumbres y sus movimientos, en las cuales el rol de las comunidades agrarias fue, y sigue siendo, indispensable, permita que sean éstas mismas las víctimas de la más alta marginación y el más profundo abandono.

Es nuestra responsabilidad, como mexicanos, y como beneficiarios de los frutos, las costumbres y las transformaciones nacionales que nos ha brindado nuestro campo, velar por su bienestar y su pleno desarrollo.