La reciente encuesta que posiciona a Movimiento Ciudadano por encima del PRI y el PAN no es un mero dato estadístico, sino un síntoma de una profunda crisis política. Dos partidos que han dominado la historia política de México durante décadas han sido rebasados por una organización emergente. Aunque la diferencia sea mínima, el simbolismo del fenómeno es abrumador: la descomposición de los partidos tradicionales es evidente.
En el corazón de este colapso subyace una contradicción fundamental en la naturaleza misma de los partidos políticos: la tensión entre el interés público que proclaman representar y los intereses particulares de sus dirigentes. No es un problema reciente ni exclusivo de México. Desde sus albores, los partidos fueron concebidos con recelo precisamente porque su existencia fragmenta la noción de una representación totalizante del pueblo. La historia de la filosofía política nos recuerda que, aunque se diseñaron mecanismos para atenuar esta contradicción, la pugna entre lo público y lo privado sigue latente, y en muchos casos, desbordada.
El PRI y el PAN han sucumbido a esta dinámica autodestructiva. Sus dirigentes, en lugar de salvaguardar el interés de la nación y el fortalecimiento institucional de sus propios partidos, han priorizado su enriquecimiento personal y el de sus círculos cercanos. El debilitamiento de estas fuerzas políticas no ha sido casualidad ni consecuencia de una ola ideológica espontánea, sino un proceso paulatino de descomposición interna que facilitó la llegada de Morena al poder y el establecimiento de una hegemonía que ahora amenaza con perpetuarse.
Es casi seguro que, mientras el respaldo popular hacia el PRI y el PAN se erosionaba, sus líderes se consolidaban económicamente. Esto no solo representa un acto de traición hacia su militancia y electorado, sino una claudicación de su responsabilidad histórica. La política no es un negocio personal, y cuando los intereses privados se imponen sobre el interés público, la consecuencia inevitable es el desprestigio y la pérdida de legitimidad.
Hoy, ante la emergencia de nuevas fuerzas políticas, la inteligencia política más valiosa no es la capacidad de maniobrar en la opacidad ni de tejer redes clientelares, sino la habilidad de reconciliar el interés público con la supervivencia partidaria. La credibilidad de cualquier institución política radica en su compromiso con el bien común, no en la ambición desmedida de sus dirigentes.
GOTITAS DE AGUA:
Como dice el viejo proverbio, en política hace más daño un tonto que un ratero. Pero si el ratero es tonto, estamos condenados al desastre. La historia juzgará con severidad a quienes, por codicia o miopía, dinamitaron las estructuras que alguna vez sostuvieron el equilibrio del poder en México. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…
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