Lupita de Camacho:Y su carnaval de los números mágicos…

Vivimos en una época de cambios deslumbrantes. Todo se transforma: las relaciones humanas, la tecnología, el concepto de inteligencia, la comunicación, la urbanización, el trabajo y, por supuesto, la política y los medios. Pero entre todos estos cambios, hay algo que no muta con la misma rapidez: la capacidad de manipular la realidad a conveniencia.

La política del espectáculo ha encontrado en los medios de comunicación su mejor cómplice. Los datos ya no son un reflejo de la realidad, sino una herramienta maleable que se usa para sostener narrativas convenientes. Ejemplo de ello es la reciente controversia en Salvador Alvarado, donde la alcaldesa Lupita de Camacho aseguró con desparpajo que 110 mil personas asistieron al cierre del carnaval de Guamúchil. Una cifra que, al ser analizada con mínima lógica y matemáticas elementales, se derrumba como un castillo de naipes. ¿Cómo es posible que la empresa editorial El Debate respalde y se preste a semejante ficción sin el más mínimo reparo?

Esta no es solo una anécdota local. Es un síntoma de un problema global: la verdad ha sido puesta en venta y su precio se ajusta según las necesidades de quienes ostentan el poder. Las cifras, los hechos y hasta la historia se acomodan según la conveniencia del día. Se ha perfeccionado el arte de la mentira institucionalizada.

La alcaldesa dice sin empacho 110 mil. La realidad dice que, incluso con cálculos generosos, la asistencia difícilmente superó los 40 mil. Pero ¿importan los números o solo la percepción? En esta era de la posverdad, lo que se grita con suficiente seguridad se convierte en realidad para quienes no cuestionan. Y ahí radica el peligro: la indiferencia del ciudadano, la complicidad del medio y la impunidad del político.

El problema no es solo que se mienta, sino que la mentira se acepte sin resistencia. La política y el periodismo deberían ser guardianes de la verdad, no mercenarios de la conveniencia. Sin embargo, cuando la ética se somete a la chequera, los valores se convierten en mercancía y el periodismo se vuelve una extensión del poder.

La libertad de pensamiento y la crítica aún nos permiten señalar estas aberraciones, pero ¿por cuánto tiempo más?

GOTITAS DE AGUA:

Hoy es el carnaval de Guamúchil, mañana será una elección, una inversión pública o un hecho de seguridad maquillado para que la gente siga bailando al son que le toquen. Y cuando la mentira se normaliza, la verdad se vuelve irrelevante. Nos enseñan a desconfiar del otro, a aceptar lo que nos venden sin cuestionarlo, a temer al disidente que alza la voz. Pero el peligro real está en ese letargo colectivo que permite que el abuso se perpetúe. La verdad incómoda, sacude y duele, pero es el único camino para construir una sociedad que no dependa de espejismos creados por quienes lucran con la ignorancia. Si no defendemos hoy el derecho a la verdad, mañana solo nos quedará la resignación. ¿Vamos a permitirlo? “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos mañana”…

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