La morgue de la indiferencia…

La tragedia de los 43 estudiantes de Ayotzinapa marcó un antes y un después para el gobierno de Enrique Peña Nieto. No fue solo la indignación popular, sino la eficacia de una oposición que supo construir una narrativa demoledora: “El país es un ataúd”. Esa frase resonó en cada rincón de México, impregnada de dolor, rabia y frustración. Peña Nieto nunca se recuperó. Su sexenio se desplomó bajo el peso de la indignación colectiva, y esa narrativa cimentó el camino para el triunfo de Morena en 2018.

Sin embargo, hoy, cuando los números de homicidios y desapariciones superan cualquier récord histórico, el efecto es distinto. ¿Por qué? ¿Dónde está la indignación que paralizó al país en 2014? ¿Por qué miles de muertos y desaparecidos desde 2018 no generan el mismo impacto?

La respuesta es incómoda. Las oposiciones de hoy carecen de la narrativa que Morena sí supo construir. Mientras en 2014 la izquierda era una voz crítica, articulada y eficaz para señalar la corrupción y la impunidad, ahora las voces que deberían incomodar al poder han sido tibias, dispersas o simplemente mudas. “Callaron como momias”, como diría el propio López Obrador. Y pagaron ese silencio en las urnas de 2024, donde Morena arrasó una vez más.

Pero más allá de la ineficacia de la oposición, hay una verdad más dolorosa: el costo político es irrelevante cuando el país se convierte en un cementerio. La indignación no debería depender de quién esté en el poder. El horror de Iguala o de Teuchitlán no cambia si la tragedia ocurre bajo un gobierno priista, panista o morenista. Las fosas clandestinas no entienden de colores partidistas. La muerte, la desaparición y el miedo son los mismos.

Lo que hoy indigna es el cinismo de quienes, desde el oficialismo, usaron la tragedia de Ayotzinapa para deslegitimar al gobierno anterior, pero ahora minimizan el horror de los campos de exterminio descubiertos en Jalisco y otras partes del país. ¿Acaso es menos doloroso para las familias saber que sus seres queridos desaparecieron bajo otro mandato? No es Auschwitz, dirán algunos, como si esa comparación pudiera consolar a quienes han perdido todo.

Es cierto, Auschwitz fue el epítome del horror, pero minimizar las atrocidades actuales solo perpetúa el ciclo de impunidad. Y aquí está el dilema: mientras la discusión pública se centre en repartir culpas entre sexenios, la solución de los problemas seguirá siendo un asunto secundario. El costo político es un precio que los partidos pueden pagar; las víctimas no tienen ese lujo.

La violencia no tiene ideología, ni partido. No entiende de calendarios electorales ni de discursos. La violencia arrebata vidas, sueños y esperanzas. Y mientras la clase política se preocupa más por proteger su imagen que por enfrentar esta crisis humanitaria, México sigue desangrándose.

GOTITAS DE AGUA:

No necesitamos más discursos, necesitamos soluciones. Necesitamos un gobierno —del color que sea— que entienda que el verdadero costo es el dolor de un país que sigue llorando a sus muertos y buscando a sus desaparecidos.

Si no exigimos esto ahora, si permitimos que minimicen la tragedia con comparaciones vacías o desvíos hacia otros sexenios, estaremos condenados a seguir apagando la luz en un país donde la oscuridad es cada vez más densa. “Nos vemos mañana”, dirían algunos. Pero para muchos, ese mañana nunca llega.

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